Una experiencia de vida

una-experiencia-de-vida

De las mejores cosas que me ha regalado el escribir esta columna durante estos años, es que a través de ella he podido interactuar con muchas personas. De manera directa o indirecta, estas palabras que escribo semana tras semana han tenido múltiples destinatarios y en algunos casos lo que aquí planteo tiene eco en las vidas de otros. Qué mejor recompensa que esa para quien escribe.

Hace un par de semanas recibí un correo de alguien que pertenece a una comunidad de la cual he escuchado mucho a lo largo de mi vida, pero de la cual poco conozco: A.A. (Alcohólicos Anónimos). En su mensaje me hacía la invitación a conversar con él, para conocer de esta propuesta y para hacerme una invitación por los 40 años del grupo de A.A. en El Poblado el 19, 20 y 21 de noviembre.

No fue difícil concertar el encuentro con Juan G. y nos reunimos hace algunos días en mi consultorio. Antes de su llegada me puse a pensar no sólo sobre A.A. sino sobre lo que representa el licor en nuestra cultura y las implicaciones que tiene su consumo en exceso. Creo que todos, sin excepción, hemos tenido cerca de nuestras vidas a una persona cuyos problemas en la relación con el alcohol son evidentes; bien sea un familiar, un compañero de trabajo, un vecino o un amigo, nos recuerda que el límite entre pasar un buen rato y vivir un infierno a través del licor es a veces bastante pequeño.

Mi experiencia personal

Durante mi actividad profesional el tema de las adicciones y de las problemáticas ligadas a las mismas no han sido el centro de mi labor. Sin embargo, cuando hice mi práctica de último año en una clínica de la ciudad, me asignaron al servicio de farmacodependencia. Allí trabajé con las personas que tenían dificultades con los consumos y acompañé sus procesos en torno a esto. Luego, uno de mis primeros trabajos estuvo relacionado con la prevención de los consumos y posteriormente en mi labor como psicólogo de bienestar universitario de una institución, dicho tema era requerido y necesario.

Aunque en los últimos años he recibido consultantes con dificultades relacionadas con los consumos de sustancias psicoactivas (o drogas), no es lo más común dentro de mi trabajo. Cuando me preguntan, los refiero donde otros colegas capacitados en ello y con experiencia en dicho campo. Cuando se trata de una adicción, bien sea al alcohol o a cualquier otra sustancia, es necesario escuchar y también acompañar con estrategias efectivas que permitan disminuir sus efectos y resolver, hasta donde sea posible, la compulsión por el consumo.

Soy profesor de psicopatología y he estudiado los “trastornos relacionados con sustancias”. Tanto el alcohol como las demás sustancias al ser consumidas sin control y en exceso causan reacciones fisiológicas y psicológicas y llevan a las personas a tener comportamientos que ponen en riesgo su vida y la vida de los demás.

Aunque existen múltiples factores que pueden ayudar a comprender este fenómeno y por ello hay innumerables investigaciones, tratamientos y teorías, lo que aquí se pone en juego y lo verdaderamente significativo más que la sustancia, el consumo o la adicción, es lo humano. Una persona con una adicción impacta su propia realidad y afecta todos los círculos que comparte; su familia, su trabajo, su cuerpo, su economía y sus relaciones sociales se alteran y se desestructuran de manera muy importante. A pesar del dolor, del sufrimiento y de la angustia que aparecen, en muchos casos esto toma toda la vida para resolverse. Sin embargo, hay casos en los que la situación toma un camino diferente y se da un paso potente: se decide dejar de consumir.

La experiencia vivida

La conversación con Juan G. fue de un poco más de una hora. Llegó puntual y hablamos como si nos conociéramos desde hace tiempo. Me contó que hace parte del grupo de A.A. que se reúne en el Hogar Vizcaya en El Poblado y que hace parte de esta comunidad por su propia vivencia con el alcohol.

Para muchos el contacto con el licor se da desde finales de la niñez e inicio de la adolescencia. Las fiestas, las reuniones, los encuentros, las celebraciones y los ritos en nuestra cultura se acompañan con licor y ello hace que su acceso y consumo sea parte de la vida diaria.

Me cuenta Juan G.  que el consumo de alcohol se convierte en algo imposible de detener y por esto se toca fondo de muchas formas. La dificultad para para ponerse límite y la bola de nieve que comienza a aparecer cuando esto toma fuerza en la vida, es inmensa. En muchos casos pareciera algo imposible de controlar, pero es posible convertirlo en una realidad.

Tomar la decisión de dejar de beber, tal como se plantea en el texto de las doce tradiciones de A.A. es el único requisito para hacer parte de esta comunidad. Más allá de un asunto de voluntad o de falta de ella, para el alcohólico el consumo en exceso de licor se ha convertido en algo que le da un lugar en el mundo. Más que curar y esto me parece muy claro dentro de la propuesta de A.A., se busca recuperar la vida de aquel que se ha convertido en un alcohólico.

Conocer a profundidad de A.A. se tomaría días enteros pero esta conversación con Juan G. fue un abrebocas interesante. Así como esta, existen muchas otras alternativas para hacerse cargo de situaciones tan complejas como el alcoholismo y es necesario que las conozcamos. Alguien cercano o cualquiera de nosotros puede vivir esta situación y por más difícil que sea, hay posibilidades de hacerle frente y mitigar el daño que causan.

Juan G. se fue muy agradecido conmigo por haberlo escuchado, pero realmente quien ha de agradecer soy yo. Conversar con él me permitió conocer más que una comunidad, una intención que hoy es muy necesaria: apoyar y brindar alternativas colectivas en función del bienestar. Eso es lo que se llama conocer una muy interesante experiencia de vida.

 

Columna publicada en la edición impresa del Períodico Gente el 15 de noviembre de 2018


Compartir