Un nuevo comienzo

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Hace 30 años estaba recién salido del colegio y me faltaba una semana para empezar a estudiar comunicación social en UPB. Tenía 18 años recién cumplidos y muchas expectativas con la vida. Me imaginaba escribiendo en algún periódico y trabajando como reportero y locutor. Hacía cuentas de cuándo me graduaría y de cómo sería mi vida unas décadas después cuando ya tuviera un trabajo estable y posiblemente una familia. Sin embargo, ese plan se transformó tres años después.

Al quinto semestre de la carrera me decidí por algo que tenía pendiente: la vida religiosa con la comunidad de los jesuitas. Aunque nunca fui muy practicante de los ritos religiosos, el trabajo con las personas a través de los campamentos misión, los scouts, la música y la labor social en algunos barrios, me movieron la vida e hicieron que mi vida a los 21 años diera un giro y tuviera un nuevo comienzo. Me veía de jesuita trabajando con grupos de personas, en instituciones educativas y con comunidades vulneradas y vulnerables. Sin embargo, unos años después ese plan de vida tuvo un cambio y de nuevo me vi abocado a empezar de nuevo.

En 1995 con 24 años empecé a estudiar psicología en UPB, con compañeros (casi todas mujeres) que tenían siete años menos que yo. No sabía mucho de qué se trataba este camino, pero tenía claro que se enfocaba en el trabajo con otros desde lo individual y lo colectivo y que era una labor que implicaba contacto con personas que en muchos casos requerían de acompañamiento y orientación. Aquí sí me he quedado por casi dos décadas y media, aprendiendo, construyendo y caminando.

En estos casi 20 años de labor profesional como psicólogo, he tenido muchos nuevos comienzos. Algunos de ellos decididos por mí y otros decididos por alguien diferente. Nuevas labores, nuevos encargos, nuevos lugares, nuevas tareas y nuevos retos. Aunque desde afuera para algunos pareciera que esta ruta profesional y laboral que he realizado ha sido una especie de línea recta y plana, las subidas, las bajadas, los baches, los finales y los inicios, han sido parte constante de este proceso. Eso ha sido duro y complejo, pero a la vez ha sido importante y potente para mi vida.

Terminar es volver a comenzar

Normalmente no me refiero a mi vida en estas columnas. Hay tantas historias de otros, tantas situaciones que ocurren en las calles, en los barrios, en el consultorio y en las aulas de clase y que son dignas de ser contadas, que mi propia realidad queda un poco al margen. Sin embargo, retomar estos escritos al inicio del año me ha hecho pensar en mi propia experiencia y en mi propio recorrido.

Este es el cuarto año que escribo esta columna. En una reunión hace algunos días con el Editor del periódico, hacíamos cuentas de cuántos escritos han pasado por las páginas de Gente y cómo cada año ha traído nuevas experiencias, nuevas formas de pensar este ejercicio y nuevos retos para ser emprendidos.

Aunque escribir esta columna sigue un patrón común desde 2016, cada año que termina implica un nuevo comienzo. Siguen siendo las mismas 1000 palabras y se mantiene la misma intención: escribir sobre asuntos que impliquen la pregunta sobre el bienestar emocional. Sin embargo, algo se transforma en el contenido y en la forma año tras año y ello me implica recomenzar como un aprendiz y construir esta experiencia de nuevo. Es un reto que asusta pero que a la vez motiva en función de aportar a quien lee, elementos que pueden ser importantes para la reflexión en torno a su vida.

Terminar es volver a comenzar y aunque hay cosas que no se quisieran cerrar y que se quisieran mantener para siempre, la vida es un constante ciclo irregular de inicios y finales que nos ponen de cara frente a lo incierto y que nos implica tomar posturas frente a ello. Un final puede ser una situación dramática y terrible pero también puede convertirse en una oportunidad para reconstruirse y para seguir caminando.

Una invitación para el 2019

Comenzar un año implica que hubo uno inmediatamente anterior que finalizó. Esa es una secuencia socialmente aceptada y en la cual estamos inmersos nos guste o no. Así como se cierra un año y comienza otro, en la vida iniciamos una relación amorosa y la misma se termina, comenzamos un trabajo y este se acaba o incluso damos comienzo a un período de descanso, pero este inevitablemente llega a su fin.

Este año tenemos 365 días que nos recuerdan uno tras otro, que hay un inicio y que hay un final y que dicho final es el preludio de un nuevo inicio. En muchos casos en consulta intento acompañar a las personas a que puedan llegar a esta reflexión en aquellos casos en los que la sensación de agobio, angustia y malestar está consumiendo el sentido de realidad.

Salir de una crisis afectiva, de una dificultad laboral o de un problema emocional se toma su tiempo, pero a veces poder asumir dicha situación día tras día, identificando los pequeños logros que se pueden alcanzar, puede ser una vía para hacer más llevadera la situación y poderle dar un cierre y conducirla al final para poder encontrar la ruta hacia nuevo comienzo.

La invitación que les hago para este año es simple pero a la vez compleja: por más difícil que sea la situación en la cual se encuentren o por más sin salida que perciban, esto también terminará y tendrá un final. Sin embargo, para que ello ocurra de una forma más favorecedora para sus vidas, es necesario buscar ayuda y es importante apoyarse de aquello que aún funcione y que pueda permitir el encuentro de un cierto equilibrio. La familia, los amigos o una actividad específica, pueden ser algunas alternativas de soporte.

Espero que estas columnas durante el 2019 se conviertan en ventanas de oportunidad para leer tu propia vida, para que reflexiones sobre algunos asuntos en particular y para que amplíes la mirada sobre algunas situaciones. Si quieres escribirme, contarme tu opinión sobre los contenidos o sugerirme algunas nuevas temáticas, estaré atento a tu mensaje. Esa es otra forma de renovar este espacio y de darle, columna tras columna, un nuevo comienzo.


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