Trabajar, trabajar ¿y trabajar?

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Desde la antigüedad, los filósofos han planteado que los seres humanos podemos vivir en armonía y en equilibrio con nosotros mismos. Ello implica balancear todas las dimensiones que componen la existencia: el trabajo, la familia, el ocio, los amigos, el descanso, la fiesta, la alimentación, el disfrute y las responsabilidades. Se espera que tener en armonía todo ese conjunto de áreas, se traduzca en salud y en una vida suficientemente tranquila. Sin embargo el equilibrio se rompe fácil, y hombres y mujeres adultos con formación profesional y con experiencia laboral, convertimos al trabajo en el punto de partida y de llegada de nuestro día a día, lo y ubicamos como elemento de referencia para la cotidianidad. En muchos casos el resto de las dimensiones de la vida pasan a un segundo plano e incluso, llegan a olvidarse. Esto tiene efectos duraderos, genera sufrimiento y se constituye en un asunto que vuelve compleja la vida de las personas. Trabajar, trabajar y trabajar, se convierte en la constante en la vida de muchos de nosotros.

Uno de los autores más relevantes dentro de la psicología del desarrollo, Erik Erikson, plantea que dentro de nuestro ciclo vital pasamos por la resolución de una serie de crisis que nos ayudan a encontrar nuestro lugar en el mundo y a dar pasos en el proceso de maduración. Cuando este autor aborda la adultez (edad comprendida entre los 30 y los 50 años), plantea que la crisis que ha de resolverse tiene que ver con la capacidad de ser productivo para desde allí, alejarse de una posible sensación de estancamiento. Se espera que en esta etapa de la vida se construyan alternativas económicas para sustentarse como individuo y para sostener a la familia, y que se consolide la posibilidad de sentirse útil y de saberse como una persona que construye las bases económicas y sociales para su futura vejez.

 

La productividad no necesariamente está ligada al trabajo en exceso.

 

Para quienes somos adultos, la etapa entre los 30 y los 50 años se convierte en el momento de consolidación laboral y en período en el cual  llegamos a nuestra máxima expresión de la energía vital. Ya no están presentes muchos de los afanes que teníamos en la juventud y aunque comienzan a evidenciarse los cambios físicos de manera progresiva, aún nos sentimos los amos del universo. Aunque puede ser relativo el éxito económico o laboral que se encuentre en esta época, es el momento en el cual el trabajo se convierte en centro de la vida diaria. Subsistir, ahorrar para la pensión, conseguir los bienes que nos permitan tener una vejez en condiciones adecuadas y sobresalir en lo que se hace, son elementos comunes en la vida contemporánea. Hasta aquí, todo hace parte de lo que podría ser nombrado como esperable para la vida de los adultos y como lo “normal” bajo nuestros criterios culturales. Sin embargo para algunas personas esto se convierte en una dificultad y lo que podría ligarse a la posibilidad de desarrollo y de crecimiento en la vida laboral, se transforma en sufrimiento. Trabajar, trabajar y trabajar se convierte en su lema y se olvidan del resto de las dimensiones de su propia vida.

Nuestra legislación plantea que la jornada laboral sea de máximo 48 horas semanales. Adicional a estas horas efectivas de trabajo, las personas habrán de destinar tiempo para almorzar, para hacer pausas activas, para ir al baño, para interactuar con sus compañeros de trabajo, para desplazarse entre las áreas de la empresa y muchas otras actividades que no necesariamente hacen parte de la vida formal de la organización. El tiempo jamás alcanza y el trabajo, se convierte en algo inagotable.

La hiperconectividad (24 horas del día y siete días de la semana de disponibilidad a través de los dispositivos electrónicos), el cumplimiento a como dé lugar de estándares, metas, índices de desempeño y de producción esperada, así como la necesidad de sobresalir por encima de otras personas que hacen tareas iguales o semejantes, pareciera romper el equilibrio, y lo que era una más de las áreas de desempeño de la vida cotidiana, se convierte en el eje y en el centro de la vida diaria. Jornadas laborales sin descanso real y con la atención puesta siempre en los equipos electrónicos, vacaciones familiares en donde la actividad laboral sigue presente el 100% del tiempo, pocas horas de sueño por la multiplicidad de tareas inmediatas que hay que resolver y pocos espacios para el disfrute, comienzan a mostrar una tendencia social significativa y a evidenciar efectos individuales y sociales. Pareciera que el objetivo de todo este asunto está ligado a un objetivo: ser más productivos. Sin embargo, la productividad no está ligada al trabajo en exceso, y son esos desbordes los que comienzan a poner a las personas al límite de sus fuerzas.

 

Es posible construir una realidad armoniosa, así cueste lograrlo

 

Más allá de dar una receta en torno a lo que es o no adecuado, es posible pensar que las personas podemos construir vidas más armoniosas en donde el equilibrio de todas las áreas se complementen y se balanceen. Aunque hay períodos en el año en donde se hace necesario dedicarle más tiempo a la vida laboral, esto en general no se convierte en una dificultad con efectos a largo plazo. Sin embargo, poner como centro la vida laboral durante los 365 días del año y sacrificar las otras dimensiones de la existencia, puede ser bastante costoso e incluso, irremediable.

Hacerse consciente de los sufrimientos y del malestar que implica focalizar la vida en la actividad laboral, puede ser el primer paso para resolver dicha situación. Llegar a extremos de cansancio en donde el estrés se expresa mediante enfermedades e incluso a través de síntomas depresivos y de ansiedad, muestra que algo se salió de control y que si no se toman medidas, las consecuencias pueden llegar a ser irreversibles. Ojalá no llegáramos a esos extremos para hacernos cargo de nosotros mismos y transformemos nuestras realidades de manera preventiva. La vida no tiene que ser un continuo trabajar, trabajar y trabajar, así se haga necesario mantenernos activos laboralmente durante un largo período de tiempo de nuestras existencias. Regular los tiempos, la intensidad y la dedicación al trabajo es una labor necesaria y ello ha de equilibrarse con las otras dimensiones de la realidad.

“Nunca es tarde para recomponer la vida"

Nunca es tarde para recomponer la vida y para balancear la misma. Pasar del trabajar, trabajar y trabajar al vivir, disfrutar y trabajar, puede ser posible. No es una tarea más, sino una apuesta de vida y ello puede lograrse, así cueste trabajo hacerlo.

Juan Diego Tobón L.


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