Soy un proyecto en construcción

Esta es la última columna de este año. Durante el 2018 fueron 45 escritos que recogieron temáticas surgidas de las reflexiones con algunos consultantes, de la observación de la vida de la ciudad o simplemente de la identificación de algunas situaciones que podían ser objeto de análisis. En esta ocasión quisiera proponerles unas palabras que más que enfocarse en el cierre, ponen su mirada en lo que se abre, en lo que continuamente se construye y en lo que se identifica como camino. Esta reflexión pone su foco en la vida como un proceso continuo de construcción y como algo que se teje en el día a día como un eterno inicio.
Desde hace muchos años me he considerado un proyecto en construcción y eso ha sido algo importante para mi vida. A pesar de las certezas que he construido, de los cargos que he tenido y de los logros académicos que he obtenido, sentirme como un proceso inacabado ha sido una oportunidad inmensa para mi vida ya que me ha permitido seguir avanzando
Pero ¿qué es eso de sentirse un proyecto en construcción? A continuación les presento algunas ideas que espero puedan ser útiles para este momento final del año y para eso que se abre como un nuevo período temporal: el 2019.
- Ser un constante aprendiz
Me considero un aprendiz permanente. Posiblemente por eso me he pasado la mayor parte de mi vida estudiando. Estudiar, lo que sea, me recuerda que aprender es una constante y que nunca, por más que se intente abarcar el saber, se podrá llegar a conocer todo sobre algo. No sólo se aprende en un salón de un colegio o de una universidad, sino que se aprende viviendo la vida. Desarrollar esta postura implica ser capaz de sorprenderse con cada momento y desde allí aprender de manera constante.
Una de las grandes lecciones de vida en torno a esto, la recibí de un líder comunitario hace ya muchos años. Aunque no había estudiado más allá de cuarto de primaria, su postura frente a la realidad hacía que siempre se la pasara indagando, aprendiendo, leyendo, debatiendo y cuestionando. Alguna vez en una reunión le dije que era muy grato tener personas tan sabias como él en un espacio de encuentro, a lo que me respondió: “la única sabiduría que realmente existe es la de saber que aunque se sabe, siempre podrá saberse algo más y sobre todo que lo que ha de saberse es sobre uno mismo ya que esto permite que nos ubiquemos frente a la vida como eternos aprendices”. Aunque suena a trabalenguas, lo que dijo es muy potente. El verdadero aprendizaje consiste en saber de uno mismo y ese es un proceso que dura toda la vida.
- Entender la vida como un proceso
Nos enseñan que la vida es un ciclo que implica nacer, crecer y morir. Sin embargo, cuando vivimos nos damos cuenta de que es mucho más que eso. ¿Cuántas veces nacemos a lo largo de nuestra existencia y cuantas otras morimos? Un accidente, una situación que transforma las certezas que teníamos, un cambio vital importante y muchas otras cosas, nos recuerdan que todo el tiempo estamos en proceso y que la vida es una espiral a veces ascendente y a veces descendente, que se transforma de manera constante y que muta una y otra vez.
Ubicarse frente a la vida como un proceso, permite verla como un todo compuesto de muchas partes. Ni lo bueno dura para siempre ni lo malo tampoco; se trata de entender que la existencia es cambiante y que nuestra tarea es aprender, ajustarnos, disfrutar de lo vivido y construir a partir de aquello que nos llena de gozo pero también de aquello que nos trae tristeza e infelicidad. No se trata de asumir una postura complaciente frente al sufrimiento ni tampoco de disfrutar de manera forzada cuando no se desea hacerlo. La alternativa es caminar, aprender de lo vivido y asumir que el mayor aprendizaje es comprender que la vida es un camino y un eterno proceso en construcción.
- Asumir la realidad propia como un proyecto
Todos tenemos proyectos. En algunos casos serán laborales o familiares, y en otros serán académicos, deportivos o sociales. A los proyectos les ponemos toda nuestra energía y le destinamos tiempo, recursos y ganas. Planeamos, caminamos y proyectamos lo que deseamos y construimos rutas para lograrlos. Si los alcanzamos nos sentimos felices y plenos y si no los obtenemos, posiblemente será la tristeza, el agobio y la frustración la que aparezca.
Más allá de estos proyectos que por supuesto involucran nuestra existencia, hay uno que a veces queda en segundo plano y al cual, paradójicamente, le destinamos menos energía y menos fuerza: nuestro proyecto de vida. Aunque lo que tenemos fuera de nosotros es importante y también habrá de implicar nuestra dedicación y energía, lo que hace parte de nuestra realidad psicólogica, corporal y social, habrá de ser a lo que le prestemos mayor atención.
Pensar en un proyecto de vida implica conectarse con lo cotidiano, poner un pie en el pasado para aprender de las experiencias ya vividas y mirar hacia el horizonte trazando el futuro que se desea. Implica cuidar de sí, hacerse responsable de la realidad propia y entender que así las cosas no salgan como deseamos o así nuestros errores limiten nuestros pasos, siempre es posible recomponerse y mover la vida.
Mi vida, como la tuya, es un proyecto en construcción. Cerrar un año recuerda que algo llega a un punto final y que así como se hacen balances, se abren nuevos caminos y nuevas rutas para ser recorridas. Ese es el mejor proyecto: el que se teje con uno mismo, el que se reconstruye diariamente y el que se resignifica con cada experiencia. Somos seres inacabados y aunque es necesario tener certezas y seguridades, es también importante reconocer que desde la incertidumbre también se construye y que desde el proyecto, también se camina.
Que cerrar este año sea una oportunidad para que mires hacia el futuro, para que camines hacia ti mismo y para que sigas recordando que la vida es una ruta por recorrer y que eres sin duda un gran y potente proyecto en construcción.
Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 20 de diciembre de 2018