Se vale meter la pata

¿Quién de nosotros no ha “metido la pata” alguna vez en la vida? Y cuando hablo de ello no me refiero a una pequeña equivocación producto del azar o de un olvido, sino de esas situaciones en las que a sabiendas de los efectos que podría tener lo que estábamos haciendo, seguimos de frente hasta las últimas consecuencias.
Posiblemente, si hacemos un rastreo con detalle en la vida, no sólo es una sino en varias ocasiones en las que ello ha ocurrido, bien sea con la misma situación o con situaciones diferentes. Aunque parezca increíble en muchos casos somos los últimos en tomar conciencia de esto y aunque las alertas y alarmas hayan sonado muchas veces, carecemos de capacidad para identificarlas.
“Meter la pata” en muchos casos no sólo nos implica a nosotros, sino que tiene efectos en otras personas, lo cual hace que sus consecuencias sean aún mayores y que los movimientos que ello produce y las crisis que genera, a veces se tarden un tiempo importante para ser resueltas.
Sin embargo y a pesar de todo lo anterior, se vale meter la pata una y más veces en la vida. No quiero decir con esto que haya que buscar que esto ocurra o que haya que moverse en esa dirección. A lo que me refiero es que se esperaría que con ello podamos hacernos más responsables de nuestra realidad, construyamos aprendizajes significativos y movamos la existencia hacia lugares más posibles y menos dramáticos.
Aprender del error
Aunque puede sonar a frase de cajón, los aprendizajes más significativos se producen cuando hay situaciones difíciles y cuando hemos errado. Normalmente estas situaciones tienen efectos emocionales significativos y por esto, tienden no sólo a recordarse más sino a tener mayor significado y representación en la vida.
Una de las cosas más potentes que ocurren en consulta psicológica tiene que ver con la identificación de “metidas de pata” profundas y significativas, las cuales en muchos momentos de la existencia no se habían percibido o a las cuales se les había dado un lugar menos importante del que realmente tenían. Más allá de la construcción de una posición ligada a la culpa, hay una ruta relevante que permite volver estas situaciones en aprendizajes significativos y transformadores; hablo de la responsabilidad.
Aprender del error, implica hacerse responsable de sí mismo y ello hace que el sentirse culpable quede en un lugar de menor relevancia. La culpa nos ubica en la posición de dar una respuesta desde el deber moral mientras que la responsabilidad nos ubica en el terreno de la decisión ética, lo cual trasciende el deber y se construye como una opción vital libre y profunda.
Haber aprendido del error y hacerse responsable de las “metidas de pata” que se han cometido en la vida, no necesariamente hace que esto no vuelva a ocurrir. A veces repetimos incluso aquello que tenemos claramente identificado como altamente complejo para nuestras vidas. Sin embargo, se esperaría que los efectos sean diferentes, que el reconocimiento sea mayor y que la pregunta por su reiteración, permita avanzar y no quedarse patinando en la misma situación una y otra vez.
Podría decirse que la dificultad no está en el error en sí mismo, sino en la imposibilidad para aprender de ello, de integrarlo a la vida y de hacerse responsable del mismo. El error, en todas sus manifestaciones, es algo integrante de la realidad humana y desprenderse del mismo es imposible. Lo que sí es posible, es asumir una postura ética frente al mismo para mitigar sus efectos y para construir a partir de este.
Reconciliarse consigo mismo
En las conversaciones que tengo con algunos consultantes en el espacio clínico, una de las situaciones más complejas de asumir y de reconstruir, tiene que ver con el valor propio. Más allá de los efectos y consecuencias que hayan traído hacia afuera “las metidas de pata”, lo que pasa en la realidad personal a veces es catastrófico y desbordado.
Aunque por supuesto se trata de asumir las consecuencias que dichas situaciones tuvieron en relación con los demás, también es necesario hacerse cargo de la propia vida en el terreno que solamente uno mismo puede enfrentar: la realidad personal. Y para ello es fundamental reconciliarse consigo mismo para no darse palo de manera innecesaria y para que esto no sea eterno.
Los errores minan la sensación de valía propia y tienen efectos en aquello que podríamos llamar como autoestima. Esto a su vez puede llegar a impactar en la representación de cuerpo que se tiene, en la sensación de eficacia que en lo laboral y en lo académico se ha construido e incluso, puede hacer que se dude profundamente de aquello que se tenía como certeza en la vida. En últimas, enfrentarse con el error y sus efectos, puede hacer tambalear la existencia e incluso, puede ponerla al límite.
Reconciliarse consigo mismo luego de una situación de fallo significativo implica varios elementos que puede ser importante identificar y poner en escena. En primer lugar, reconocer la situación generadora de caos. Hacer esto permite no sólo enfrentarse con la misma para ver qué hacer con ella, sino prestarle atención para que su reiteración se limite. Una frase proveniente del saber oriental dice lo siguiente al respecto: “si alguien ya sabe qué hacer para resolver un problema y no lo hace, está más lejos aún que cuando empezó”.
En segundo lugar, se hace necesario ponerse en la tarea de reparar aquello que se afectó con nuestro error. De poco sirve identificar y tener clara la situación que puso nuestro mundo en crisis si frente a ello no hay actos que impliquen responsabilización. Una frase del sentido común puede ilustrar de manera clara esto: “que lo hagas, hable aún más fuerte que lo que dices”.
En tercer y último lugar, se hace fundamental hacer las paces consigo mismo. Por más complejas que hayan sido las consecuencias de esa situación fallida, identificarla, construir procesos de reparación, responsabilizarse de ello y buscar no repetirla, es más que suficiente. Por eso se hace necesario dejarse de culpabilizar de manera infinita, así como de castigarse de manera severa y mantenida. Errar es de humanos, así como buscar alternativas para recomponerse también lo es.
Se vale “meter la pata” para aprender de ella, para resignificar la realidad y para construir mejores alternativas de vida para sí mismo y para los demás. El error no nos define pero sí puede mostrar nuestro talante y nuestra esencia; es allí en donde habremos de trabajar de manera constante y profunda.
Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 6 de septiembre de 2018