¿Quién tiene la razón?

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A consulta psicológica normalmente llega una persona, hombre o mujer, con una situación compleja que necesita resolver. Lo que le ocurre está relacionado con el entorno que lo rodea y con su forma particular de ser y de estar en el mundo. Independientemente de la gravedad de la situación, el sufrimiento, el malestar y la angustia se han mantenido durante un tiempo y la sensación de incapacidad para hacerle frente a los mismos, se ha instalado.

Cada relato y cada historia que llega al espacio psicoterapéutico, está lleno de la visión particular de quien la cuenta. Sus palabras, sus recuerdos y sus emociones, dan cuenta de una forma de percibir la situación que lo angustia y su verdad aparece allí a veces abierta y a veces velada.

Aún recuerdo a Paula, una mujer cercana a los 40 años, que llega a consulta por una situación compleja en la relación de pareja y por unas dificultades que se habían ido acumulando en el trabajo y en su rol de mamá. Llevaba un poco más de 15 años de matrimonio, cinco de ellos en “crisis”, tal como ella misma lo cuenta. Sus hijos ya adolescentes, de 12 y 14 años, le causaban bastantes “dolores de cabeza” y su jefe, la tenía “presionada” con un trabajo agotador y no muy bien remunerado.

Paula en consulta relata con detalle todo lo que le ocurre y tal como lo expresa, las situaciones que vive se vuelven complejas con el pasar de los meses, sobre todo porque como lo menciona en consulta, “todo se juntó y es como si una nube negra se hubiera puesto sobre mi cabeza”. Su esposo, su jefe, sus hijos y hasta sus padres, parecen haberse puesto en su contra y el horizonte aparece nublado y turbio.

Las historias tienen múltiples versiones

Durante una de las consultas, Paula menciona algo que comienza a cambiar el rumbo del proceso terapéutico. Durante las sesiones iniciales su queja siempre estuvo focalizada en las personas que tenía a su alrededor, en su historia escolar y familiar e incluso, en la forma de su cuerpo con el cual había peleado desde su adolescencia. En esa sesión se detiene y formula una pregunta: ¿y si la que está enredada y complicada soy yo y no los demás?

Aunque parece una pregunta simple, dentro de un proceso terapéutico tiene mucho sentido y permite que se dé un giro en el abordaje de la situación. A partir de allí, comenzamos a explorar sus características personales de manera detallada, más allá de las características de sus padres, de su esposo y de sus hijos. Aunque evidentemente había cosas en su historia familiar y de pareja, así como en la relación que habían establecido sus hijos con ella, que eran bastante complejas y que era evidente que la impactaran, identificó que sus rasgos controladores, una cierta propensión a ser evitativa y a reaccionar de forma inmediata sin permitir que la conversación se estableciera, tenía efectos y consecuencias.

En ciertas situaciones les pregunto a las personas que asisten a la psicoterapia, qué creen que dirían sus parejas, sus hijos o sus jefes, si estuvieran ahí en consulta hablando de la situación que los está angustiando. Aunque es imposible meterse en la cabeza de las otras personas, es un ejercicio que busca conectar con aquello que se proyecta a través de los demás. Allí pueden aparecer cosas interesantes para trabajar en consulta, así como ventanas que permiten ver diferentes versiones de una misma situación.

Así como en la vida social, en la vida personal, en la vida de pareja, en la vida familiar y en la vida del trabajo no existe una sola realidad, sino que existen múltiples interpretaciones frente a la misma. Cada uno habla de la fiesta como le fue en la misma y esto, aunque complejiza la vida cotidiana, es parte de lo maravilloso de la existencia. La realidad es multicolor y es absolutamente múltiple y diversa.

Integrar las diversas posturas

Hoy vivimos una situación bastante difícil en el país. A menor escala, lo que sucede en Colombia puede ser equivalente a un conflicto familiar salido de control o a una dificultad en el entorno laboral en donde la relación con los compañeros y los jefes se ha vuelto caótica. Cada bando no da su brazo a torcer, cada postura siente que tiene la verdad única y la posibilidad de conversar y de construir de manera conjunta, se va desvaneciendo.

Aunque lo ideal difícilmente funciona, vale la pena buscar alternativas en donde las diversas posiciones puedan brindar su opinión y en donde todos sientan que así se renuncie a algo, se está también ganando. Colombia tiene una historia de violencias acumuladas y de grandes desigualdades que se notan en las calles, en la vida cotidiana, en el acceso a los servicios y en las posibilidades de desarrollo individual y colectivo. Esto ha de seguir revisándose desde múltiples escenarios y todos, sin excepción, tenemos mucho qué decir y qué aportar para que esta situación se transforme. 

En medio de la búsqueda de alternativas para resolver las múltiples dificultades que hoy se presentan, aparecen los comportamientos agresivos como una expresión desbordada. Ninguna violencia es justificable y ninguna muerte es válida, esté en el bando en el que esté. Movilizarse y protestar es necesario cuando la inconformidad se ha establecido y esto aplica para la vida familiar, laboral y social. Aunque esto implica caos e incluso una cierta pérdida de control individual y colectivo, es importante respetar la vida. 

Así como en el caso de Paula, podría hacerse la misma pregunta para la situación que vivimos hoy en Colombia, la cual difícilmente tendría una respuesta única y definitiva: ¿quién tiene la razón? Vale la pena confiar en que pronto se llegará a un acuerdo y que primará la cordura, la vida y el respeto por la diferencia en medio de la búsqueda de mejores condiciones de desarrollo para todos. 

Por Juan Diego Tobón Lotero
psicologojuandiegotobon@gmail.com


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