Qué pesado es darle gusto a todos.

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Si usted quiere vivir cansado, agotado y frustrado en la cotidianidad, hay una receta infalible y un camino inmejorable para que ello ocurra: dele gusto a todo el mundo, resuelva las cosas de todos, intente agradarle a cada una de las personas con las que interactúa y deje lo propio para después. Además, si le puede sumar a esto cierta sensación de culpa, va por el mejor camino. Si ya lo ha intentado o si ya lo está haciendo, sabrá que el cansancio es infinito y que a pesar de sentir que ya todo se ha hecho, siempre quedará algo pendiente. Por último, déjese contagiar siempre por frases como “es que te estás volviendo muy egoísta” y “ya no pensás sino en vos”. Ahí está la mezcla perfecta para llevar una existencia agotadora y siempre fallida.

La psicología ha entendido este comportamiento, el de intentar agradar a todos y el de darle gusto a todos, relacionándolo con los rasgos de personalidad dependiente o con una dificultad en la comunicación asertiva. Sin embargo, y aunque esto pueda ser evidente en esas personas, es una explicación que podría ser no sólo simple, sino que terminaría poniéndole un rótulo que poco le aporta a alguien que sufre por estas situaciones y que en muchos casos quiere dejarlo de hacer.

Aunque ayudar a resolver lo de los otros y darles gusto a los  demás tiene un lado positivo, no siempre es algo que se desea hacer; en ocasiones las personas quieren comportarse de manera diferente pero se les dificulta moverse de ese lugar por temor a perder a las personas que quieren. Además de ello, hay algo que los mantiene anclados a dicha manera de ver el mundo y que tiene un peso cultural bastante poderoso: la sensación de culpa.

 

El peso de los discursos sociales

 

Los seres humanos aunque estamos atravesados por la biología y por la genética, somos productos de los procesos sociales y de las interacciones con otros. En ese intercambio en donde lo biológico se intenta regular y en donde nos construimos mediante las reglas que la sociedad identifica como normales y naturales, se nos dice qué hacer, qué pensar y qué sentir. Aunque ello puede verse como una limitante para la expresión individual, es un asunto que facilita las relaciones entre las personas ya que nos muestran unos acuerdos básicos y unos puntos comunes para hacer de la convivencia, algo más posible.

El compartir, el ser generosos, el ayudar a los demás y el poner a los otros en primer lugar incluso por encima de uno mismo, son elementos propios de nuestro discurso cultural y tienen un trasfondo favorable y pertinente. La dificultad radica específicamente en lo que ocurre cuando esto se hace no por deseo genuino de acompañar a los demás, sino por evadir la sensación de culpabilidad. Pareciera que hemos crecido con una idea en la cual para evitar el malestar, hemos de sacrificarnos por los otros así los demás no lo necesiten realmente y así nosotros no lo queramos hacer.

Hay algunas especies de hormigas que cargan hasta 50 veces su propio peso; ello se convierte en un gran reto físico y en algo que muchas otras especies, incluyendo los humanos, quisiéramos tener. Utilizando la situación anterior como metáfora, podríamos decir que hay personas que se cargan con todas las cosas de los demás y que intentan darle gusto a todos, tal como lo hace la hormiga, sólo que en este caso no sólo se cargan con asuntos cotidianos en el orden laboral, familiar o social, sino que se echan encima el peso emocional de grandes responsabilidades que dificultan el cumplimiento de las propias tareas y que incluso, hacen que la pregunta por sí mismo se desvanezca. Es allí en donde puede comenzar a aparecer el sufrimiento y en donde la dificultad en la vida cotidiana, se construye de manera evidente o incluso, de forma silenciosa.

 

Decir no también es una respuesta

 

Es muy importante para poder vivir en sociedad, que entre todos nos repartamos las cargas de la vida cotidiana. El problema aparece cuando alguien se carga de manera absoluta con las dificultades de los demás, cuando eses alguien intenta resolver todo lo que ocurre en los entornos laborales o familiares y cuando esa persona no tiene la capacidad de decir no a las cosas que no desea asumir.

Todos conocemos personas que no tienen incorporado dentro de su lenguaje la palabra no como alternativa para ponerle límite a la realidad e incluso, podemos ser nosotros mismos los que experimentemos en nuestra cotidianidad esa situación. Decir no es también una respuesta y hemos de aprender a construirla como posibilidad. En algunos casos cuando se intente salir de ese lugar, los otros dirán frases como las que anteriormente se mencionaron (“te volviste egoísta”) y ello puede hacer crecer la sensación de culpa que se tiene. Sin embargo, es posible fortalecer ese lugar propio y sin dejar de ser amoroso con los demás, construir una posición individual mucho más posible y favorable para uno mismo.

En primer lugar se hace necesario identificar cuáles son las situaciones frente a las cuales efectivamente habría que responder en la vida cotidiana y que requieren de nuestra presencia. Priorizar las situaciones y abordarlas de manera clara y oportuna, puede ayudar a  no cargarse de manera innecesaria de asuntos que pueden ser desgastantes y que hacen muy compleja la realidad diaria.

“Decir no es también una respuesta y hemos de aprender a construirla como posibilidad. “

En segundo lugar vale la pena expresar, así cueste, las emociones que se tienen frente a los pedidos de los otros. Aunque es importante ser generoso y ayudar a los demás, también es importante saber cuál es la disposición emocional para enfrentar las situaciones. Hacer las cosas de mala gana no resuelve nada y convierte la situación en algo difícil. En lugar de actuar las emociones, vale la pena expresar la inconformidad de manera directa; ello ayuda a resolver los conflictos y a hacer de algo complejo, una buena posibilidad para uno mismo y para los demás.

En tercer lugar y por último, hay un asunto fundamental: hay que pensar en sí mismo y ubicarse como prioridad por encima de los demás. Aunque esto puede sonar a un egoísmo profundo, cuando lo propio se ha perdido y cuando la vida personal ha dejado de ser importante por darle gusto a todos, es importante ubicarse en otro lugar. Este es un ejercicio que toma tiempo y que requiere de sacrificios, pero la conquista de uno mismo es posible. No se trata de dejar de pensar en los demás; se trata de resolver de a poco, ese peso que implica darle gusto a todo el mundo.

Juan Diego Tobón L.


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