¡Qué indignación!

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Vivimos indignados. Porque sí y porque no y lo hacemos de día y de noche y de lunes a domingo.

Nos indigna la violencia, la corrupción, los políticos, la contaminación, la discriminación y miles de cosas más. Y claro que es necesario indignarse frente a estas situaciones que afectan la dignidad humana y que atentan contra la vida en común.

Sin embargo nos hemos vuelto indignados de papel. Son las redes sociales y las conversaciones las que recogen nuestra molestia y es allí en donde comienzan y en donde terminan en gran parte, nuestras propuestas.

Retuitear, compartir, difundir y viralizar, se han vuelto formas en las cuales parecemos descargar nuestra responsabilidad con aquello que nos indigna y hasta orgullosos nos sentimos cuando mandamos una cadena (sin comprobar su veracidad), cuando compartimos una noticia (sin verificar su fuente) y cuando ponemos a volar un tweet que nos gustó pero del cual no comprobamos su autenticidad.

Ladramos en las redes sociales, insultamos en los comentarios y nos descargamos con improperios a veces irreflexivos frente a las situaciones que nos indignan pero de ahí no pasamos.

Nos indignamos por la discriminación con don José pero le ponemos candado a la alacena para que la empleada «no coma de más». Nos indignamos con la corrupción en el gobierno pero si alguien nos consigue que nos quiten una multa «pagando unos pesitos» nos sentimos muy avispados. Nos indigna la violencia en la ciudad pero le tiramos el carro al que se atravesó por no tener cuidado al manejar.

Se hace necesario pasar de la indignación a la indigna-acción, es decir, aunque es necesario y pertinente quejarse y levantar la voz frente a aquello que atenta contra la vida en común y el bienestar, también es necesario movilizar la acción e impactar la vida propia. No se trata de ser perfectos pero sí por lo menos de tender a ser coherentes y a construir la vida desde criterios éticos.

Pero a veces estamos lejos de esta postura y pareciera más fácil y mejor indignarse por todo y por todos, sin hacernos cargo de nosotros y de nuestras propias «indignidades».

¡Qué indignación!

Sí; también soy otro más de los indignados que se indignan con la indignación de los indignados de papel, que no mueven ni se preguntan por sus vidas pero que están prestos a indignarse por lo más mínimo, acabando con el otro sin piedad. Pero más allá de mi indignación, mi compromiso es conmigo y con mi acción. Posiblemente no pueda cambiar el mundo, pero sí puedo cambiar mi mundo y al hacerlo, puedo hacer que la realidad que me circunda comience a transformarse


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