Oh, libertad

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Creo que todos hemos escuchado el himno antioqueño y posiblemente hemos cantado, con mayor o menor entusiasmo, la primera parte del mismo. Las primeras palabras hacen referencia a la libertad propia de nuestras tierras y a eso que las generaciones venideras podrán disfrutar. La libertad se identifica como un elemento central para nuestro desarrollo y se convierte en algo primordial para ser logrado y para ser mantenido.

La Real Academia Española (RAE) define la libertad como la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. Ser libre, entonces, es hacerse responsable de la vida, asumir la misma como una constante toma de postura personal y como una opción que depende fundamentalmente de uno mismo. Tenemos libertad para callar o para hablar y somos libres para hacer y también para no hacer y eso es lo que hace maravillosa y a la vez, compleja la vida.

Si vemos la vida diaria, tanto en lo individual como en lo colectivo, tendríamos que hacernos una pregunta teniendo en cuenta la definición anterior: si la libertad tiene que ver con hacernos responsables de nosotros mismos, de nuestros actos y de nuestras palabras ¿qué tan libres somos? Es decir ¿qué tan responsables nos hacemos de nuestra propia vida, de nuestros actos y de nuestras palabras?

Un literato irlandés del siglo pasado llamado G. B. Shaw decía que “la libertad significa responsabilidad; por eso, la mayoría de los hombres le tienen tanto miedo”. Aparentemente somos libres y tanto en lo personal como en lo social, gran parte de las luchas que tenemos, tienen que ver con eso. Es una búsqueda diaria que se construye hasta el final de nuestros días y que obliga a trascender el miedo que implica hacerse cargo de sí.

La verdad nos hará libres

Más allá del contenido religioso de esta frase, en la vida diaria es fundamental hacerse responsable de la existencia desde el lugar de la verdad. Es decir, asumir la realidad como algo que, al saberse, se asume. Los únicos que sabemos realmente cual es la verdad de nuestra propia vida, somos nosotros. Somos quienes estamos enterados al detalle de lo que hacemos, de lo que dejamos de hacer, de lo que dijimos, de lo que pensamos y de lo que sentimos. Y eso se convierte en muchos casos, en una carga pesada de llevar; por eso pareciera mejor y más fácil sentir que otros son los garantes de nuestra realidad ya que ello nos eximiría de responsabilidad.

Cuando las personas van a consulta psicológica, se enfrentan con su propia verdad. Y eso, aunque es maravilloso, también genera muchos miedos. En algunos casos lo que nadie sabe, lo que no se ha dicho y lo que jamás se ha podido expresar, en el espacio terapéutico encuentra el espacio para ser nombrado y una vez esto pasa por la palabra, toma un lugar de verdad diferente.

Alguna vez alguien me preguntó que si yo sabía cuándo un paciente me estaba diciendo la verdad o si, por el contrario, me estaba mintiendo. Para mí como terapeuta es imposible saberlo, aunque realmente eso no es lo importante; lo verdaderamente fundamental es la forma en la cual cada consultante asume su verdad y se para frente a ella. No creo que tenga mucho sentido invertir tiempo y dinero en asistir a consulta psicológica para decir cosas diferentes a lo que hace parte de la propia realidad (aunque ello puede ocurrir).

Cuando las personas asumen hacerle frente a su propia verdad a pesar del dolor y del sufrimiento que ello implica, están cerca de aquello que llamamos libertad. En consulta, más allá de las palabras que se dicen, las sensaciones que se identifican están muy cerca de esto: “siento que me quité un peso de encima al decirlo”, “ha sido muy duro pero fue muy importante decirle a mi pareja lo que no había sido capaz de expresarle”, “una vez lo dije, fue como si me hubiera quitado una venda de los ojos”. Esa sensación es bastante cercana a la libertad e implica necesariamente, hacerse cargo de sí mismo y responsabilizarse de las situaciones que hacen parte de la propia vida.

Hacerse titular de sí mismo

Un Premio Nobel de Economía de la India, llamado Amartya Sen elaboró una teoría económica que se ha convertido en una de las grandes perspectivas del desarrollo humano en las últimas décadas. Aunque explicarla no es fácil, lo general de la misma plantea que para pensar en el desarrollo es necesario identificar a las personas como titulares de su propio proceso vital. La existencia no se puede delegar así se busque quien supla aquello que no se quiere asumir. Nadie puede hacerse cargo de uno mismo y es uno quien tiene la tarea de resolverse. Esa es una realidad contundente y clara.

Buscar la titularidad en la vida es, fundamentalmente, construirse en libertad. No importa cuál sea la elección que hagamos en los ámbitos de la vida de pareja, en lo laboral, en lo académico y en lo social; lo realmente significativo es hacernos responsables de aquello que elegimos y asumirlo como algo que solo uno mismo puede afrontar.

No creo que las cosas puedan obligarse, a no ser que ello está mediado por la violencia, la coerción o la fuerza de las armas; de todos modos, e incluso allí, las personas podemos elegir no optar aquello que nos quieren imponer. Normalmente y a pesar de los discursos sociales, morales y familiares, los únicos que pueden decidir por algo somos nosotros mismos, sólo que apelamos a la “no libertad” para excusarnos de nuestros actos o para no hacernos responsables de las situaciones que vivimos.

Ser libres no es fácil, así parezca algo que hace parte de nuestra realidad cotidiana. Ser libres es una elección consciente y continua que se construye desde el nacimiento hasta la muerte y que nos confronta con nuestro ser más profundo y con nuestra cotidianeidad. Como lo leí en una publicación en redes sociales, la libertad es conocerse a sí mismo y actuar de acuerdo con lo que se es. En esencia, ser libre es ser coherente con lo que se elige y hacerse responsable incluso, de las consecuencias que ello trae. Ser libres es algo que construimos como proceso y que es posible alcanzar en muchos momentos de nuestra vida, así que la invitación es a que te acerques a dicho camino o que continúes transitándolo; eso es hacerse responsable de sí mismo.

 

Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 28 de junio de 2018

 


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