No me aguanto más a mis hijos.

Uno de los grandes ideales sociales de nuestra cultura está relacionado con constituir una familia y tener hijos. Se espera que en la adultez, cuando se tenga cierta estabilidad laboral y afectiva, ya estemos preparados para tener a esos rollizos y regordetes niños que muestran en los comerciales de televisión o en los avisos de la prensa. Niños sanos, activos, tranquilos, responsables, juguetones y amorosos, es lo que toda pareja espera encontrarse, luego de ese largo proceso de gestación de nueve meses. Los padres piensan el nombre, se ambientan los espacios, se hacen reuniones con la familia y con los amigos, y se construye un deseo y se teje un ideal.
El nacimiento de los hijos y los primeros años de los mismos tiene sus altibajos: el niño llora mucho, el niño no duerme, el niño es tranquilo, el niño es asustizado, el niño ya tiene el peso ideal, el niño se enferma, el niño esto y el niño aquello. Llegan las primeras sonrisas, los primeros pasos, las primeras palabras y el cansancio se olvida y se trasciende. Llega la etapa preescolar y escolar y en la gran mayoría de los cosas, es la armonía la que se instala en la vida familiar. Aunque es claro que no todo es color de rosas, es suficientemente fácil regular las normas en los hijos, es fácil sacarlos de la casa para ir a visitar a la abuela y cada fecha o evento, se convierte casi siempre, en algo sublime y emocionante.
“en algunos casos, lo que era tranquilidad, alegría y sosiego, comienza a convertirse en una pesadilla “
Sin embargo, en algunos casos, lo que era tranquilidad, alegría y sosiego, comienza a convertirse en una pesadilla. Aquello que antes funcionaba de manera adecuada, ya genera incomodidad y aquello que podía regularse con una mirada o con un tono de voz impositivo, ya no resuelve la situación. No hablaré aquí de la llegada a la adolescencia como el detonante de estas situaciones (no es necesariamente el ingreso a ese momento evolutivo en donde todo se complica y se vuelve difícil); hablaré de aquellos momentos en los cuales, con niños de cinco, siete o nueve años, no sabemos qué hacer y en los cuales, así sea de manera mental decimos: “no me aguanto más a mis hijos”
El no saber qué hacer.
No todos los niños son iguales, así como no todos los adultos ni todas las familias son iguales. En algunos casos el detonante para el cambio de comportamiento de los niños puede ser una dificultad familiar, una situación compleja en el colegio o simplemente, algo que ni los mismos niños pueden explicarse. Puede encontrarse niños con comportamientos bastante complejos y cuyas realidades económicas, familiares, escolares y sociales, se encuentran en completo equilibrio, así como niños que están pasando por situaciones de divorcio de sus padres o por alguna pérdida significativa y cuyo comportamiento es totalmente equilibrado y tranquilo. Por ello, es bastante complejo elaborar un “decálogo para tratar niños difíciles” ya que todo dependerá de la situación de cada niño, de cada familia y de cada situación. Sin embargo, hay elementos que podrían plantearse para encontrar algunas vías de salida frente a la situación cuando la misma se sale de control.
Cuando la sensación que se tiene frente a ciertas situaciones con los niños en el hogar es “no saber qué hacer”, vale la pena intentar identificar algún evento suficientemente estresante en la realidad de los niños o de la vida familiar, que pueda detonarlo. A veces no es tan claro lo que ocurre y puede que incluso, no pase nada extraño. Sin embargo, sentarse a conversar en pareja o con los integrantes de la familia, puede ayudar a identificar qué ocurre. A ello podría agregarse el tener algún espacio así sea telefónico, con los profesores del preescolar o el colegio. Más allá de generar alarma o de buscar lo que no se ha perdido, tener ese tipo de apoyos e incluso de retroalimentación, puede ser necesario.
De otro lado, es fundamental sentarse a conversar con los niños y más que “sacarles la verdad”, el hecho de mostrarles que hay disposición para la escucha y para acompañarlos si algo difícil ocurre, puede ser bastante provechoso. La escucha no solamente se da con la conversación; sentarse al lado de ellos cuando juegan, acompañarlos de manera silenciosa en su cuarto o estar a su lado incluso cuando descansan, pueden ser alternativas importantes para mantener abiertos los canales de comunicación.
Cuando definitivamente la sensación es de desborde, cuando la paciencia se encuentra en el límite más estrecho y cuando las estrategias implementadas dentro de la vida del hogar no funcionan o son insuficientes, puede ser el momento de buscar ayuda profesional. Psicólogos, orientadores familiares y otros profesionales pueden ser una buena alternativa para construir una ruta segura y suficientemente tranquilizadora, para enfrentar la situación.
De lo ideal a lo real
Más allá de pensar que los niños que tenemos en casa son “unos monstruos” o que en alguna parte del camino los cambiaron y se llevaron a nuestros dulces angelitos, se hace necesario identificar que los niños son seres de carne y hueso y que como tales, también se angustian, también desarrollan comportamientos reactivos frente a situaciones estresantes y que por momentos se comportan de manera errática y compleja, sin saber muy bien las razones de ello. No se trata de buscar culpables para ese cambio de comportamiento o de descifrar si lo que hay detrás del mismo es un episodio de acoso escolar o de abuso (aunque puede ser esa una de las posibles causas); se trata de entender también, que en el proceso de desarrollo y crecimiento de los niños y no necesariamente en el momento de la adolescencia, algo en ellos cambia y aquello a que lo estábamos acostumbrados con su comportamiento, se transforma a veces de manera definitiva.
Un manejo claro de la norma, mantenerse con disposición de diálogo, tranquilizarse cuando el desborde emocional comienza a primar y entender que los niños ideales no existen, pueden ser parte de una ruta para sobrellevar estas situaciones. Los niños que tenemos en nuestras casas son reales y los ideales culturales sobre los mismos, son bastante diferentes. Los niños de libro y los que muestran algunas películas, tranquilos, sosegados, siempre felices, reposados y obedientes, en muchos casos son producto de esa idea social con la que hemos crecido. Vivamos el día a día con esos niños con los que compartimos y disfrutemos también esos momentos en los cuales, no nos aguantamos más a nuestros hijos