Ni con el pétalo de una rosa

Hemos naturalizado la violencia en todos los escenarios en los cuales interactuamos. Las relaciones amorosas, la vida familiar, el espacio laboral y la vida social en general son lugares en los cuales los actos violentos, que van desde las palabras hasta los comportamientos, aparecen y se instalan a veces de manera continua y permanente.
Aunque a veces nos escandalizamos con ciertas situaciones que se dan a conocer a través de los medios de comunicación, normalmente podemos pasar sin problema al frente de un par de personas que se están golpeando, vemos las noticias en donde los actos violentos son lo central sin que ello nos genere ninguna respuesta emocional y somos capaces de gritarle improperios durante varios minutos a quien se nos atraviesa mientras conducimos y seguir de largo como si nada hubiera pasado.
Frente a los actos violentos siempre habrá explicaciones: “me puso al límite”, “no sé qué me pasó”, “ese problema no era mío”, “estaba con tragos”, “él me pegó primero”. Independientemente de lo razonable o no que sea actuar de esa forma o de lo válido que veamos ese comportamiento en otra persona, se hace necesario entender qué es lo que ocurre en la realidad de los seres humanos para que ello ocurra y desde allí, ver cómo acompañar la resolución de estas situaciones que socialmente se convierten en un gran límite para la vida en común.
Comprender las emociones
Aunque hay muchas teorías explicativas en torno a las emociones, de manera general podrían definirse como “un proceso que se activa cuando el organismo detecta algún peligro, amenaza o desequilibrio con el fin de poner en marcha los recursos a su alcance para controlar la situación (Fernández-Abascal y Palmero, 1999). Las emociones son mecanismos que nos ayudan a reaccionar con rapidez ante acontecimientos inesperados, funcionan de manera automática y son impulsos para actuar.
Las emociones pueden clasificarse en primarias y secundarias. Las primarias, según Daniel Goleman, uno de los autores más reconocidos en este campo, son: alegría, tristeza, miedo, asco e ira. Estas tienen una función adaptativa, de supervivencia y de ajuste a la realidad, están biológicamente determinadas y se activan de manera automática frente a situaciones que requieren respuesta inmediata. De estas emociones se derivan las secundarias, las cuales son interpretaciones y puestas en escena más conscientes de las emociones primarias y que implican la decisión y la construcción de postura de parte de nosotros mismos.
Frente a una situación que ponga en riesgo nuestra integridad o que nos haga sentir vulnerados y amenazados, las emociones primarias aparecerán como respuesta. Comportamientos de defensa que pueden tomar la forma de agresión pueden aparecer, pero se espera que una vez se resuelva el primer impacto de lo inesperado, dicha conducta se desvanezca y un cierto equilibrio sea el que prime en la sensación.
Las emociones son parte de nuestra realidad cotidiana y hacen parte de nuestro repertorio vital. Son elementos que están en la constitución de nuestra humanidad y aunque son comunes a todas las personas, en cada uno de nosotros su expresión es diferente. Tanto en la reacción primaria como en la respuesta secundaria frente a una situación, cada individuo reacciona de forma distinta y así como hay quienes pueden expresar más fácilmente sus emociones e incluso ser hiper-reactivos frente a cualquier situación, para otros posiblemente la respuesta sea más tardía y requerirán de situaciones mucho más extremas para activar sus expresiones emocionales.
Vale la pena identificar en nuestra propia realidad el estilo emocional que prima, y que más que adecuado o inadecuado, positivo o negativo, hace parte de nuestra forma de ver el mundo y de reaccionar frente a las situaciones externas e internas. Aunque podría decirse que es imposible modificar la respuesta emocional que viene desde nuestra historia genética sí es posible que al conocerla seamos más conscientes de nosotros mismos y desde allí, nos hagamos cargo de nuestro sentir y de nuestras respuestas.
La violencia, como acto cargado de agresión y de intento de control, dominio y sometimiento del otro, no podría clasificarse como una respuesta propia de las emociones primarias sino como una variante compleja de las emociones secundarias. La violencia implica una decisión, una postura y una reacción intencional (así no sea consciente) frente a los demás y se caracteriza por su intensidad desmedida y por el mantenimiento en el tiempo. Más allá de estar ligada a la supervivencia, es un factor que muestra un desequilibrio significativo en la vida social y que da cuenta de algo que funciona de manera inadecuada en quien la utiliza como forma de control social.
Nada justifica la violencia
No sólo son violentos, los comportamientos en donde se encuentran implicados el uso de las armas. También pueden ser catalogados como tal los comportamientos de presión psicológica frente a otro así como el uso de un lenguaje ofensivo y agresivo.
Es común en la consulta psicológica escuchar a hombres y a mujeres, expresar que se sienten violentados por otros. En la relación de pareja, en la vida familiar, en los entornos académicos y laborales y en muchos otros espacios, la sensación en relación a las palabras y a los comportamientos de los otros, los ponen en lugares de sometimiento, de exclusión y de dificultad. A veces de manera directa o a veces de manera velada, la violencia aparece en las relaciones humanas y dificulta de manera importante la vida en común.
Es necesario hacer visibles las expresiones de violencia frente a cualquier persona, independientemente de que sea hombre o mujer. Es claro que en las últimas décadas se ha convertido en prioridad el reconocimiento de los actos de violencia sobre la mujer pero también es fundamental poner al hombre no sólo como quien violenta, sino también como quien es violentado. Ello no sólo ocurre en la vida de pareja sino que también se presenta en los espacios del trabajo y en muchos otros escenarios de la realidad social.
Aunque la interacción humana implica tensiones, dificultades y problemas, la violencia jamás será una alternativa y nunca será justificada, mucho menos si se tratan de palabras y actos que se ponen en escena dentro de la vida afectiva. Así como la frase popular lo dice, “ni con el pétalo de una rosa” habrá de violentarse a otro. Siempre existirán alternativas mucho más favorables y posibles y es allí en donde habremos de avanzar como individuos y como sociedad.
- Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 20 de septiembre de 2018