Las palabras tienen poder

las-palabras-tienen-poder

Las palabras tienen efectos en la vida de las personas. Desde que nacemos y hasta la muerte, la forma en la cual nombramos el mundo y las maneras en las cuales nos hablan del mismo, tiene efectos significativos en nuestra realidad. Más allá del cuerpo que tenemos o de las condiciones sociales, económicas y educativas en las cuales crecemos, somos lo que han dicho de nosotros y somos lo que decimos de nosotros mismos; la realidad no es solo una expresión externa, sino que es una construcción que hacemos desde nuestro interior y ello hace que el mundo sea, en gran parte, lo que pensamos, lo que sentimos y lo que expresamos.

En consulta psicológica es posible identificar que las personas sufren y experimentan malestar no tanto por lo que les falta, por lo que no tienen o por lo que han perdido, sino por la manera en la cual han aprendido a ver el mundo. Para algunas personas es insoportable perder algo mientras que para otras perder es ganar un poco; algunos ven la vida como un vaso medio vacío mientras que otras ven siempre el vaso medio lleno, e incluso pueden encontrarse personas que no toleran la crítica externa y que se desmoronan con las opiniones de otros y en el otro lado individuos que hacen de esa vía una manera de fortalecer su postura y de construirse. Más allá de ser algo relacionado con la conducta, estas diferentes maneras de ver el mundo, tienen que ver con el lenguaje y con la forma en la cual se entiende y se nombra la realidad.

Somos las palabras que decimos

El mundo, nuestro mundo, nuestra realidad diaria, nuestros problemas y nuestras posibilidades de desarrollo pasan por las palabras que decimos y por aquello que desde el lenguaje construimos en torno a nuestra realidad. Desde que somos bebés, nuestros padres y cuidadores y posteriormente los profesores, la familia extensa y los entornos sociales en los cuales interactuamos, nos brindan un contexto para entendernos y para entender el mundo y para ello las palabras tienen una importancia central. En algunos casos posiblemente dicho proceso no sea muy favorable y crecemos con algunas ideas y con algunas maneras de nombrar la realidad que afectan nuestro desarrollo. Más allá de culpabilizar a esas primeras figuras que ayudaron a construir nuestra vida, las cuales lo hicieron desde el lugar que les permitió su propia historia, tenemos la responsabilidad de pensarnos de manera constante y de transformar aquello que nos afecta, para asumir como adultos nuestras propias decisiones.

Alguna vez leí una frase que me llamó mucho la atención y que me parece bastante acertada: “uno no es lo que es, sino lo que uno cree ser”. Somos lo que pensamos y somos lo que decimos de nosotros mismos y eso pareciera definirnos por encima de nuestra realidad objetiva. Podemos tener un cuerpo estéticamente bello, una inteligencia superior, una capacidad altamente desarrollada para la escritura o una habilidad deportiva desarrollada, pero si no lo creemos y si nuestro lenguaje no acompaña dicha creencia, nos quedaremos en la mitad del camino.

No se trata de comenzar a decir palabras que no creemos y a repetirlas de manera reiterativa para transformar así nuestra realidad. Nombrar la realidad no es un acto mecánico ni es un ejercicio que involucre la conducta como único elemento; se trata de un proceso de revisión vital, de identificación de posturas y de transformación lenta y progresiva de nuestra cotidianidad para que a la par, conductas, creencias, palabras y sentidos en torno a la vida, comiencen a transformarse.

Usar palabras poderosas

No hay palabras más poderosas que otras; cada una de ellas, de acuerdo al contexto en el cual las usemos, de acuerdo con la intención que lo hagamos y de acuerdo con el sentido que le otorguemos, tiene poder. Cada uno de nosotros habrá de identificar cuál es la perspectiva desde la cual se nombra y desde la cual nombra su propio mundo y desde allí, mirar qué tanto posibilita o dificulta su proceso vital y qué tanto poder desde la palabra, le otorga a dicho lugar. En muchos casos somos nosotros mismos quienes saboteamos nuestra propia realidad, pero a la vez podemos ser protagonistas activos de nuestro desarrollo. Es nuestra decisión construir una realidad basada en el bienestar o por el contrario, una existencia centrada en el malestar y el sufrimiento y ello pasa por las palabras.

Podría ser importante comenzar a transformar la manera en la cual nombramos la realidad en la cual existimos y ello puede partir de pequeños actos. Hablar de manera negativa,  recurrente y catastrófica de nuestra relación de pareja, del barrio en el cual vivimos, de los vecinos que tenemos, de nuestra actividad laboral y de nuestros hijos, puede implicar una mayor dificultad para que estas situaciones puedan transformarse en algún momento o para que sintamos que podemos hacer algo en torno a ello. No se trata de negar las dificultades o de comenzar a encubrir los problemas para que desaparezcan, sino de verlos de manera más equilibrada e incluso favorable, rescatando lo que allí funciona, identificando las fortalezas que allí se encuentran y construyendo en torno a ello, alternativas para ser y para vivir de manera diferente.

En los procesos de crianza la manera en la cual les hablemos a nuestros hijos, la forma en la cual nos dirijamos a ellos y los modos en los cuales les demos sentidos a sus realidades a través de nuestros actos y de nuestras palabras, tendrán efecto e impacto en ellos en el resto de la existencia. De manera similar ocurre en nuestros vínculos afectivos con nuestras parejas y hasta en nuestros entornos laborales con las personas con quienes trabajamos. Ni qué decir entonces del modo en el cual nos hablemos a nosotros mismos en la vida diaria y de las formas que utilicemos para nombrar nuestra realidad cotidiana.

La invitación, más que el consejo o la recomendación, es a transformar el lenguaje con el cual hablamos de nosotros mismos y con el cual nombramos la realidad que nos circunda. Que reconocer el poder de las palabras nos permita ubicarnos en un lugar de desarrollo más posible y desde allí construir mayor bienestar para nuestras vidas y para la vida de las personas con quienes interactuamos.

 

Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 19 de julio de 2018


Compartir