La vida es un sube y baja

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La situación de pandemia por la que atravesamos hace que la variación sea mayor y que la frecuencia de cambio nos ponga a veces fuera de control. No es extraño que hoy nos sintamos volubles, cambiantes e irascibles

Que si arriba, que si abajo. Que si bien, que si mal. Que si tranquilo, que si intranquilo. La vida parece un sube y baja permanente y un ciclo que no tiene final. Hay momentos en los que tenemos todo resuelto y de repente aparece una situación que rompe el equilibrio y nos lanza al suelo. Otras veces estamos con la vida vuelta un caos y el balance aparece y se instala de repente.

Parecemos montados en una montaña rusa que jamás se detiene o en un viaje interminable en un carro que cruza las montañas y baja al llano para volver a subir y continuar el ciclo sin pausa. Si todo esto ocurría en medio de la “vida normal”, de la cotidianeidad que habíamos construido y del aparente balance que teníamos, ¿qué podremos decir de la situación actual y de los vaivenes que ha implicado hacer parte, en lo personal y en lo colectivo, de estos tiempos de pandemia?

Desde sus inicios, una de las intenciones con esta columna ha sido abordar los elementos propios de aquello que llamamos bienestar emocional. Aunque parece un concepto simple, a veces puede ser mal interpretado ya que pareciera estar ligado exclusivamente a los criterios de salud, adaptación y normalidad, dejando de lado la enfermedad, la inadaptación y la anormalidad.

El bienestar emocional es la mezcla de ese sube y baja que experimentamos en la vida y es producto de los aprendizajes que logramos a lo largo de la existencia buscando el balance entre los opuestos. El logro de un cierto nivel de bienestar emocional, que siempre es transitorio y cambiante, es el resultado de esa interacción entre lo funcional y lo alterado. Tomar conciencia de esto a veces nos toma mucho tiempo, pero es un aprendizaje necesario y posible.

Somos equilibristas

Hace ya algunos años llegó a mi consulta una mujer llamada Marcela. Con un poco más de treinta años se sentía deprimida y angustiada. Había buscado ayuda psiquiátrica y aunque la medicación le había ayudado a mantener cierto equilibrio, la sensación de angustia se mantenía. Aceptó ir donde un psicólogo por primera vez en su vida, aunque siempre se había resistido a esta idea.

Durante las primeras sesiones de consulta conversamos sobre su historia, su niñez, su adolescencia y su adultez. Ella misma se nombraba como una persona afortunada, ya que había tenido unos padres amorosos y claros, una familia que siempre le había servido de soporte y en lo amoroso había tenido una pareja estable desde los 18 años con quien hoy tiene una hija de tres años. “He sido una persona muy equilibrada y tranquila y aunque he tenido dificultades, he podido hacerles frente sin problema”.

Una de las situaciones que más le dolía a Marcela en el momento en el cual acudió a consulta, era no saber qué la tenía mal y angustiada. En lo económico, en lo familiar, con su hija y con su pareja todo iba bien, pero a pesar de esto su malestar se mantenía. Su trabajo era exigente, pero sentía que sabía sortear las crisis y seguir adelante sin problema.

Cuando nos detuvimos a revisar el punto de inicio de eso que ella llamaba como momento de aparición de su depresión y su ansiedad, el comienzo de un nuevo trabajo fue el detonante. Su jefe, un hombre joven y sobrino del dueño de la empresa, tenía un temperamento dominante y fuerte y en algunas ocasiones se había sentido maltratada por él. En algunas reuniones la bombardeó con preguntas y su sensación fue de parálisis y miedo.

Para Marcela, tal como ella misma lo expresaba, esta era la primera vez que tenía que enfrentarse con una persona así y esto la sacó de su equilibrio. Tal como si fuera una niña pequeña, el miedo se apoderó de ella y sintió que el bienestar, la tranquilidad y el reposo de su vida, se perdían por completo. “Si no estoy bien, estoy mal”; fue la frase con la que alguna vez cerramos una consulta y se fue pensativa para su casa.

Luego de varias sesiones y a pesar de no sentirse del todo tranquila ni en paz, me dijo algo muy potente y significativo: “he aprendido en todo este proceso, que somos equilibristas. Ni todo es bueno ni todo es malo; es la mezcla de todo esto lo que hace que la vida sea como es y aunque duele, hay que afrontarlo”. Aunque parece una obviedad, para Marcela fue un descubrimiento vital significativo que aún tiene que integrar en su existencia.

Somos un poco de todo

La vida, independientemente de la situación por la cual pasemos, es un sube y baja permanente. La situación de pandemia por la que atravesamos hace que dicha variación sea mayor y que la frecuencia de cambio nos ponga a veces fuera de control. No es extraño que hoy nos sintamos volubles, cambiantes e irascibles y que nos sorprendamos por nuestras reacciones frente a situaciones simples de la vida.

La vida nos ha cambiado y muchas de las certezas que teníamos están en duda. La incertidumbre con lo de afuera nos pone a sentir incertidumbre con nosotros mismos y pareciera que de día y de noche, estuviéramos en un tobogán infinito que se inclina y que vuelve a subir.

Aunque es obvio que esa sensación de fluctuación no es agradable e incluso se puede tornar en algo molesto y complejo, entenderla como parte del ajuste normal de nuestro psiquismo a una situación claramente nueva, es muy importante y necesario. Si no existiera la tristeza, la soledad, la enfermedad y el malestar, posiblemente no disfrutaríamos tanto de la tranquilidad, la felicidad y la salud.

Bajar a esos lugares donde nos sentimos incómodos y afectados, nos permite aferrarnos a los lugares de tranquilidad y equilibrio que experimentamos cuando subimos. La vida es un sube y baja muy interesante y vale la pena aprender a movernos en esos extremos. Este es un proceso que nos toma toda la vida y en donde sin duda, nos convertimos en mejores seres humanos.

Juan Diego Tobón Lotero
psicologojuandiegotobon@gmail.com
Whatsapp 3188936392


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