La vida es movimiento

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La vida, por más que lo queramos, no es una línea recta. La existencia tiene subidas, bajadas, planos, abismos, montañas, valles y muchos otros accidentes geográficos que hacen que su recorrido sea complejo, pero a la vez tremendamente interesante.

Aunque nos enseñan que la vida es un camino que inicia con la fecundación y el nacimiento, que continúa con la infancia, la niñez, la adolescencia y la juventud y que termina con la adultez y la vejez, vamos creciendo y nos damos cuenta que aunque esto es cierto, vivir es más que pasar por unas etapas. La vida tiene que ver con adaptarse a los cambios, con ajustarse a las transformaciones y con acomodarse a los vaivenes de la realidad.

Lo más constante en la realidad es el cambio y tal como lo decía un filósofo en la antigüedad, “nunca nos bañamos en el mismo río”. Lo que hoy está escrito, lo que hoy conocemos de nuestra vida, lo que hemos decidido y planeado, puede transformarse de manera significativa el día de mañana. El cambio es propio de la realidad humana y es a partir del mismo, desde donde realmente se construye la vida.

Haz un recorrido por la vida que has vivido hasta este momento. Detente un minuto a pensar en la misma y en el camino que has trazado. Independientemente de la edad que tengas, estoy seguro que lo que aparece de manera más significativa y constante, son los cambios. Transformaciones físicas, psicológicas, sociales, académicas y muchas más hacen presencia en cada momento de tu realidad y hacen que el movimiento y el cambio sean lo más constante que hay en la existencia. Y además, posiblemente después de cada transformación, la vida ya no es igual que antes.

La vida no es estática

Gran parte de lo que hago como psicólogo en la consulta, tiene que ver con acompañar a las personas a comprender cómo hacerles frente a los movimientos vitales y cómo entender que con los mismos es posible seguir creciendo. Una ruptura amorosa, el cambio de trabajo, la presencia de una enfermedad, la aparición de un síntoma psicológico o el paso de los años, representan situaciones que nos enfrentan con lo desconocido y que requieren construir alternativas para hacerle frente a lo incierto.

No todos los cambios, por más duros que sean, tienen un componente negativo ni implican terribles y duros conflictos sostenidos en el tiempo. En la mayoría de los casos dichos cambios y transformaciones en la realidad, permiten moverse y favorecen el crecimiento vital. Por supuesto que cuando se está en medio de la marea alta ver esto es bastante difícil, pero cuando ha pasado un tiempo y es posible ver las cosas con cierta perspectiva, la realidad cambia de sentido.

Si la vida fuera estática estaríamos hablando de la muerte. La cesación de las funciones vitales se da cuando el cuerpo definitivamente “deja de moverse”, es decir, cuando el corazón no bombea más sangre, cuando los pulmones ya no permiten exhalar e inhalar y cuando el cerebro detiene su constante movimiento a través de las conexiones neuronales.

De otro lado, sería una especie de muerte en vida si la realidad fuera exactamente igual día tras día, si lo novedoso no irrumpiera en la realidad y si nos mantuviéramos estáticos a lo largo de nuestra existencia. Posiblemente tendríamos mayor seguridad y nos sentiríamos más confiados frente a la incertidumbre, pero sería una vida basada en una certeza terrible que nos robaría la posibilidad de construir, de descubrir y de explorar.

Aprovechar el movimiento

La vida cambia cada segundo, tanto afuera como adentro. Bien sea con grandes o con pequeñas crisis, las transformaciones son evidentes y no se pueden evitar. Los cambios asustan y confrontan las capacidades propias ya que una vez aparecen, pareciera que con lo que sabemos no podemos afrontarlos. Y esto en parte puede ser cierto. Se hace necesario entonces aprender nuevas cosas y a la vez, reaprender con base en lo que ya sabemos.

La vida es un movimiento continuo y esto podemos convertirlo en una limitación o en una posibilidad. Depende de nuestra postura frente a la realidad y de las decisiones que tomemos en torno a la misma. Los movimientos generan crisis y las mismas pueden hacer que retrocedamos por el miedo que ellas implican o que caminemos hacia adelante con intención de construir y de resignificar la vida.

Vale la pena aprovechar el movimiento de la vida para transformar lo que ha sido y para potenciar lo que será. Por más difícil que sea mantener la mirada puesta en el devenir luego de una pérdida afectiva, laboral o social importante, eso que ya no existe y que implica una transformación significativa en la vida, puede ser el punto de partida para seguir caminando.

Más que encontrarle “lo positivo a lo negativo”, se trata de comprender que la vida es cambio, es transformación, es movimiento y es mutación y que ello más que ser una dificultad, es una excelente posibilidad para recomponer la ruta y para encontrarle nuevos sentidos a la existencia.

Aprovechemos los movimientos a veces bastante bruscos de la vida, para revisar nuestra realidad, para poner la mirada dentro de nosotros y para comprender las razones por las cuales nos cuesta asumir los cambios. Es claro que, aunque hay cosas que en dichos movimientos dependen de nosotros, muchas otras cosas no podemos controlarlas y a veces es allí donde nos quedamos sufriendo.

El cambio es natural y esperable, inevitable e ineludible. Lo que no es tan certero es la forma en la cual asumimos el mismo, así como las formas en las cuales nos quedamos anclados anhelando un pasado que ya no está y un futuro que nos atemoriza por lo incierto que se presenta el mismo.

Siempre es posible aprender, ajustarse, transformarse y cambiar y ello es en esencia, la vida misma. Así nos cueste, vale la pena ponerse en la tarea de asumir la vida como un continuo movimiento y más que asustarse por sus fluctuaciones, dejarse sorprender por la misma para seguir trazando la ruta vital.

 

Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 12 de julio de 2018


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