Ir al psicólogo es expresión de cordura

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Hoy es común escuchar expresiones como “ir al psicólogo es para locos”, “no hay mejor psicólogo que uno mismo” o “hablar con un psicólogo no sirve para nada”. Sin embargo, el referente social en torno al ejercicio profesional de la psicología se ha transformado en comparación a décadas anteriores. Cada vez con mayor frecuencia frente a situaciones individuales, de pareja, familiares, académicas o laborales, las personas buscan el apoyo de este profesional para encontrar una salida a aquello que los angustia y que les complica la vida en un momento dado.

Yo mismo como psicólogo en muchos momentos de mi vida, me he acercado a algunos colegas para revisar mi propia historia, entender qué es lo que me ocurre y buscar alternativas para hacerle frente a eso que me angustia. Así no se resuelvan siempre las situaciones, encuentro en ese espacio un lugar para hablar, para escucharme y para escuchar a alguien que se ha formado para acompañar a otros en dicho proceso.

Aunque los psicólogos nos dedicamos a múltiples tareas en infinidad de espacios e instituciones, hay algo que acompaña nuestra labor y que independientemente de dónde nos encontremos se convierte en una característica común: la escucha desde un lugar diferente al juicio moral y el acompañamiento en torno al encuentro de sentidos para asumir la vida.

La utilidad de la psicología

La idea socialmente construida es que los psicólogos trabajamos con aquello que está relacionado con la locura y con la enfermedad mental y que quien se acerca a un espacio con un psicólogo, lo hace porque su locura y su enfermedad son abrumadoras. Aunque en lo individual y en lo colectivo los psicólogos también hemos de abordar situaciones bastante cercanas a lo enfermo, lo patológico, lo desorganizado y lo caótico, nuestro ejercicio profesional está mucho más relacionado con el abordaje de las posibilidades y capacidades que tienen las personas y los grupos humanos, su desarrollo y su expansión.

Acompañar los procesos que permitan que las personas mejoren su calidad de vida, brindar apoyo para retornar al equilibrio y favorecer espacios que ayuden a que las personas se pregunten por sus propias vidas y por su bienestar, son elementos mucho más cercanos a la labor del psicólogo y a la apuesta que hace la psicología como ciencia y como profesión en este siglo.

Tanto en las empresas, en las instituciones educativas, en los consultorios o en los espacios sociales, la psicología acompaña la reflexión en torno a la realidad y busca que se identifiquen no sólo las problemáticas, sino también las posibilidades de desarrollo en el orden individual y colectivo.

Más allá de curar lo que está alterado o de resolver las situaciones problemáticas, la psicología acompaña en la clarificación de las mismas y permite que el dolor y la angustia, así no desaparezcan del todo, puedan ponerse en un lugar donde duelan menos y donde permitan que la vida pueda vivirse con mayor equilibrio y armonía.

Aunque la psicología tiene múltiples técnicas y teorías para entender lo humano hay algo esencial para que su efecto sea significativo: el deseo de las personas y de los grupos humanos por pensar en su propia realidad y la intención de mover la misma desde su propia decisión. Sin esta característica no es posible tener efectos significativos en la realidad de las personas y el alcance de la acción de la psicología y del psicólogo, será bastante limitado.

Cuándo ir al psicólogo

En este punto vale la pena partir de una frase del sentido común: “ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”. Así como hace varias décadas ir al psicólogo no era algo común ni requerido, hoy pareciera que es de obligatorio cumplimiento pasar por un espacio clínico en donde el psicólogo acompañe las situaciones dolorosas y difíciles por las que pasamos en nuestra vida diaria.

Como lo decía un artículo de un periódico de circulación nacional, hemos llegado a la época de la “terapitis”, es decir, a un momento en el cual por cualquier situación o frente al mínimo asomo de dificultades, se hace necesario buscar ayuda profesional y especializada. Pareciera que ya las personas no pueden hacerse cargo de sus problemas y que quedan a merced de aquellos que saben lo que les ocurre. Ir al psicólogo es una opción válida, pero también es posible no pasar por estos espacios y resolver de manera adecuada las dificultades que se presentan en nuestra vida diaria.

Ir al psicólogo, como ir a consulta con cualquier otro profesional que se haya formado para acompañar los procesos individuales y sociales, se convierte en una alternativa para pensar y para pensarse. No necesariamente hay que acudir a estos espacios cuando se tiene alguna dificultad que desborda las capacidades de respuesta individual, familiar o social, sino que también se puede ir al psicólogo cuando se siente que es necesario realizar cuestionamientos sobre la vida propia o cuando se quiere tener un espacio de conversación e intercambio, con alguien que de manera “objetiva” puede acompañar las reflexiones propias.

Es claro que también los psicólogos se forman para acompañar en los procesos clínicos a personas que son diagnosticadas con algunas alteraciones mentales (depresión, ansiedad, fobias, entre otras) o que están experimentando situaciones de sufrimiento y angustia que afectan su vida cotidiana y que limitan su actuar en la sociedad. Ello en muchos casos se acompaña con el trabajo conjunto con la psiquiatría, la terapia familiar, la terapia ocupacional u otras áreas del saber, para poder apoyar la resolución de aquello que la persona siente que se ha desbordado en su vida.

Por último y podría nombrarse como lo más importante: ir al psicólogo implica una decisión personal, voluntaria y autónoma que parte del deseo propio de buscar ayuda y de la necesidad de encontrar un espacio diferente y cualificado, para pensarse y para hacerse cargo de sí mismo. Nada tiene esto que ver con la locura y por el contrario, no hay mayor expresión de la cordura, que la búsqueda de ayuda cuando se requiere. Por eso, si la necesidad se identifica, vale la pena decir incluso a viva voz: vamos al psicólogo

 

  • Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 1 de noviembre de 2018

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