HABLEMOS SOBRE EL DUELO

Los seres humanos nos pasamos la vida resolviendo nuestras pérdidas. Desde que nacemos hasta que morimos ganamos y la vez perdemos. Esto ocurre con las características físicas, con la vida familiar y laboral, con el entorno escolar, con los amores y con cada una de las facetas en las cuales nos desenvolvemos. A esto hemos de acostumbrarnos y la certeza de la vida implica que lo que hoy tenemos en algún momento no existirá. Quienes han estudiado el duelo (sociólogos, antropólogos, psicólogos y médicos, entre otros), han encontrado que dentro del mismo pueden identificarse algunas etapas que son necesarias para poderlo resolver y para que el mismo se integre a la vida cotidiana. Como algo inevitable no habrá de ser interpretado como un asunto catastrófico sino como una condición inherente a la realidad humana.
Ante una pérdida importante en nuestra existencia y tal como lo menciona Elizabeth Kubler-Ross una de las autoras más relevantes en la temática del duelo y la muerte, la primera reacción es la negación, posteriormente aparece la ira, en tercer lugar la negociación y de allí se desprenden las dos últimas etapas que son la depresión y la aceptación. Aunque puede verse como un asunto generalizable y que es común en muchas culturas, el duelo y la pérdida son interpretadas por cada persona de manera diferente; es allí en donde la situación puede volverse difícil o en donde puede convertirse en un asunto favorable para el desarrollo individual y social.
Perder es ganar
Hay una frase de Pacho Maturana quien fuera entrenador de la Selección Colombia de Fútbol que se acuñó hace algunas décadas para hablar no sólo de la actividad deportiva sino de la vida en general: “perder es ganar un poco”. Aunque sobre esto se hacen bromas y se satiriza su significado, relacionarla con el duelo puede ser útil. La muerte, aunque es algo definitivo e irreversible, no siempre tiene implicaciones negativas ni catastróficas. Lo mismo puede ocurrir con la pérdida de un trabajo, con la ruptura amorosa o con los cambios físicos que acontecen con el paso de los años. Al perder algo significativo, la realidad cambia para siempre pero no necesariamente es una transformación en negativo. Puede ocurrir y ello es decisión de cada persona, que al perder algo importante se abran nuevas puertas, se construyan nuevas alternativas y se resignifiquen muchas situaciones de la realidad propia que hasta el momento habían estado suficientemente estables e inamovibles.
Hay un cuento corto que puede ilustrar esta situación. Es la historia de un monje que al pasar por la casa de una familia campesina bastante pobre conversa con ellos para saber de su situación. Le cuentan que no se han muerto de hambre por una vaca que tienen y de la cual extraen leche para tomar, para vender y para intercambiar por otros productos. El monje se despide y regresa en la noche sin que la familia se dé cuenta para tirar la vaca por un precipicio. Un tiempo después regresa y encuentra que la familia luego de la muerte de la vaca cambió su vida y pudieron prosperar. Le explican que si no hubiera muerto la vaca posiblemente seguirían como habían estado durante muchos años pero que haber perdido su sustento, les hizo cambiar la mirada frente a la vida y transformar su realidad.
De manera metafórica y tal como lo plantea el cuento, perder puede ser ganar y hacerse cargo de los duelos e integrarlos a la vida puede permitir caminar de manera diferente luego de asimilar aquello que se ha perdido. Nadie diferente a cada uno de nosotros puede tomar la decisión en torno a ello y sufrir o integrar los duelos y las pérdidas, se convierte en una opción personal.
Hacerse cargo de las pérdidas
En nuestra cultura no sólo le hacemos duelo a nuestros muertos; le hacemos duelo a muchas de nuestras facetas e incluso le hacemos duelo a nuestro cuerpo. Envejecer implica aceptar o resistirse a los cambios físicos, así como incorporar o desechar las características que se transforman con la edad, tales como la relación con el entorno, con la familia y con los roles laboral y social. Lo mismo pasa con la adolescencia y con cada etapa de desarrollo vital. Podemos aceptar y asumir que algo cambia o podemos resistirnos y dolernos con aquello que hemos perdido.
Con la aparición del discurso de la felicidad en nuestro contexto, el duelo aparece como algo que hay que resolver pronto y como un asunto que hay que evitar y silenciar. Pareciera que no hay tiempo para hacerse cargo de las pérdidas y que ello ha de ser resuelto de manera inmediata. Hay que ser felices a toda costa y el duelo parece ser un proceso desgastante que no es necesario en la realidad cotidiana.
Perder un trabajo, tener una ruptura amorosa, envejecer o asumir la muerte de alguien cercano, implica tomarse un tiempo para resolverlo y para integrarlo a la vida. Implica dolerse e incluso llorar y requiere de espacios para conversarlo, para sentirlo y para resignificarlo. Aunque es claro que se hace necesario trascender el dolor y el sufrimiento, es importante permitir que la tristeza fluya y que la nueva manera de ver y de vivir el mundo se vaya construyendo.
Hacernos cargo de las pérdidas implica aceptar que tenemos dolores de los que no hemos hablado y angustias que no se han integrado en nuestra realidad cotidiana. Silenciarlos no los resuelve y hacer de cuenta que no existen, puede llegar a complicar la realidad cotidiana. Asumir que día a día morimos mientras vivimos y que ello no es un asunto dramático ni catastrófico sino una posibilidad para resignificar la cotidianidad, puede ser una alternativa interesante.
Hablar, llorar, resignificar, entender, aceptar e integrar las pérdidas en nuestras vidas, puede convertirse en uno de los actos más liberadores de nuestra realidad y en una excelente vía para vivir una vida más tranquila y plena en donde haya también espacio para el dolor, para la tristeza y para la angustia, como parte integrante de la realidad diaria.
JUAN DIEGO TOBÓN LOTERO – psicologojuandiegotobon@gmail.com