Estoy bien, pero…

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No estoy mal, pero tampoco me siento bien. No me pasa nada realmente. En mi casa las cosas están bien, en el trabajo me siento realizado, de salud no podría estar mejor y no tengo dificultades económicas. Si tuviera razones para sentirme como me siento, entendería qué es lo que pasa, pero es como si no pudiera sentirme bien a pesar de saber que nada va mal.

Sé que no tengo ningún trastorno mental y ni estoy deprimido ni nada por el estilo, pero esta sensación de incomodidad interior que tengo y que ha estado presente algunas semanas, no se me quita del todo. Hay días que amanezco mejor y hay temporadas largas en las cuales me siento en equilibrio y bien, pero de un momento a otro aparece de nuevo esa sensación y me desespero. Nada funciona mal, pero siento que no estoy bien ¿qué hago?

La anterior no es mi historia (aunque a veces me he sentido así) ni tampoco es la historia puntual de algún consultante. Sin embargo, de una u otra forma, es el tipo de relatos que escucho en la consulta con cierta frecuencia. Esta sensación causa un gran malestar y las personas pelean y se resisten a la misma, pero en muchos casos vuelve y aparece y el resultado de ello es la frustración.

Esta sensación la he visto en jóvenes ejecutivos, en amas de casa, en adultos mayores, en profesionales exitosos, en hombres y en mujeres de cualquier condición social, de cualquier edad y de cualquier nivel de formación. Un consultante alguna vez me dijo una frase relativa a esta sensación que aún no olvido: yo no me quiero morir, pero tampoco quiero vivir más así. Estoy bien pero, parece ser un preludio al abismo pero a su vez un recuerdo en torno a que la vida puede ser vivida de una forma diferente.

¿Me estoy enloqueciendo?

No estoy mal pero tampoco me siento bien. Qué gran paradoja. Debe ser que me estoy enloqueciendo. Con seguridad que eso debe ser lo que se siente cuando está a punto de aparecer alguna alteración mental. Pero cómo le explico a alguien lo que siento, porque si reviso lo que pasa en mi vida todo funciona bien, pero en lo más profundo de mi ser, siento que no estoy bien. Pero para ello no hay ninguna razón. Sin duda alguna, me enloquecí.

La sensación anteriormente descrita no tiene que ver necesariamente con la locura o dicho de una forma más técnica y académica, no está relacionada directamente con una enfermedad mental. No es posible decir con certeza que ello es un síntoma de un trastorno depresivo o de un cuadro de ansiedad, aunque si no se aborda esta sensación, puede llegar a desbordar la capacidad de respuesta de la persona y la puede enfrentar a una alteración mental.

Vale la pena buscar con quién hablar cuando esta sensación se ha vuelto recurrente, para tratar de identificar no solo la causa, sino cuál es el sentido para que ella aparezca y se mantenga. Normalmente las personas pensamos que para sentirnos mal tiene que haber ocurrido una situación fuerte y evidente que movilice la vida, pero a veces pueden existir asuntos no resueltos en la historia que aparezcan en forma de malestar e incomodidad, a los cuales puede ser importante prestarles atención.

Aunque posiblemente el ejemplo no sea el más adecuado, esta sensación que aparece clara pero a la vez difusa (no estoy mal pero no me siento bien), puede asemejarse a una gripa. Cuando tenemos gripa sabemos que no estamos al borde del colapso. De eso difícilmente nos moriremos y aunque los síntomas son muy aburridores y molestos (tos, congestión nasal, embotamiento) en unos días, con paciencia y “tomando agüita”, ellos desaparecerán.

Sin embargo, es posible que una gripa “mal cuidada” desemboque en algo más delicado. Una bronquitis, una neumonía o cualquier otro cuadro de infección respiratoria, puede aparecer si no se le hacen caso a los síntomas corporales que la gripa trae. Algo que pudo haberse resuelto pronto y que no implicaba mayores dificultades, se ha convertido en una gran enfermedad y la resolución de la misma puede tardarse semanas y dejar secuelas importantes para la vida.

Así como en lo físico, en aquello que hace parte de lo psicológico, también es necesario prestar atención a los síntomas para poder tramitarlos, para comprender qué ocurre una vez han aparecido y para enfrentar aquello que es posible resolver. Además, es importante hacerlo para que el malestar no desemboque en sufrimiento y para que la angustia no sea la salida frente a dicha situación. El malestar más que una condena, puede recordarnos que estamos vivos y que es necesario mirar hacia adentro para poder mover la realidad hacia lugares más tranquilos y que nos generen mayor bienestar.

Tratar de estar mejor

Muchas veces lo que nos hace sufrir, lo que nos duele y lo que nos molesta, no desaparece del todo. Aunque intentamos silenciarlo, guardarlo y erradicarlo, no es tan posible quitarlo por completo de nuestras vidas. Así suene paradójico, también es importante que ello exista para recordarnos que la vida es una mezcla de muchas cosas y que incluso lo alterado, hace parte de aquello que llamamos equilibrio vital.

De todos modos y a pesar del malestar evidente en nuestras realidades, es posible moverse hacia lugares donde el bienestar sea más posible. Uno de los pasos fundamentales para que ello ocurra tiene que ver con el reconocimiento de aquello que genera incomodidad, junto con la búsqueda de espacios para tramitarlo. Nombrar lo que nos ocurre, por más simple o complejo que sea, ayuda a que la carga de energía que se ha depositado allí pueda comenzar a resolverse.

Como psicólogo soy un convencido que no hay problemas grandes ni pequeños. Lo que los magnifica o los limita, tiene que ver con la forma en la cual se asumen, la energía que se pone en ellos y las alternativas que se despliegan para enfrentarlos y tramitarlos. Para ir al psicólogo o para buscar ayuda de alguien profesional en quien se confíe, no necesariamente hay que pasar por un cuadro depresivo o ansioso, ni tener cualquier otro cuadro alterado en el orden de lo mental. Basta con sentir que algo desborda la capacidad de respuesta personal y que a partir de ello se genera una pregunta vital, para poder afirmar con cierta certeza, que es pertinente hablar y que es necesario hacerse cargo de sí mismo.

Tratar de estar mejor implica ponerse en la tarea de enfrentar la propia realidad y de transitar por caminos que acerquen a la condición, así sea parcial, de bienestar. Aunque la sensación de “no estoy mal pero no me siento bien” no desaparezca del todo, enfrentarla, comprenderla y asumirla, puede mover la vida hacia lugares más posibles.

 

Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 31 de mayo de 2018


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