El amor propio

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Nada más necesario, pero a la vez más complejo de construir, que el amor propio. Gran parte de las situaciones que aparecen en consulta psicológica tienen que ver con ello y toman nombres diferentes: baja autoestima, culpa, no aceptación, entre muchas otras.

Aunque suena obvio que el primer y último amor que se construye en la vida es el amor propio, a veces pareciera lo más ausente de la realidad individual. Nos cuesta aceptarnos y se nos complica asumirnos de una forma completa y favorable, más allá de lo problemático y lo angustiante.

¡Qué difícil es querernos! Y más que eso, qué complejo es querernos bien. Nos pasamos parte de nuestras vidas dándonos “garrote” de manera innecesaria o, por el contrario, somos excesivamente laxos con aquello que tiene forma de límite. Entre la culpa y la complacencia construimos un amor propio siempre en falta o siempre completo, lo cual tiene efectos no sólo en nuestra vida personal sino también en la relación con los demás.

Pensar el amor propio es una necesidad y un compromiso ético con nosotros mismos, parte de una decisión personal y puede nombrarse como un arte ya que se construye día a día, se vuelve fuerte en la medida en la cual lo ponemos a prueba y se convierte en una forma de ver el mundo.

El amor a otros

Es claro que para vivir en sociedad habremos de construir vínculos amorosos con otros, los cuales habrán de ser fuertes, claros, coherentes y significativos. Para que ello ocurra, habremos de renunciar a una parte de nosotros mismos y los demás habrán de hacer lo mismo. En ese ceder un poco de nuestra realidad, ganamos bastante con lo que otros nos brindan. La vida social es en esencia, renunciar para ganar, en donde lo colectivo se beneficia de lo individual y se construye una realidad que tiene efectos favorables para todos.

Lo anterior, sin embargo, en muchos casos se vuelve difuso o incluso se pierde. Lo que era un gana-gana mutuo, se convierte en un desbalance y la sensación de pérdida es lo que prima. “Siento que por más que dé, no recibo de vuelta lo que necesito”, “me siento vacío ya que di todo de mí en esta relación amorosa”, son frases que pueden encontrarse de manera frecuente en consulta y fuera de ella.

Si partimos de las definiciones de amor que se encuentran en la Real Academia Española y que muestran las formas en las cuales nombramos dicho concepto, todas sin excepción, hablan del amor como algo que implica a otra persona. Son catorce definiciones que giran alrededor de ello y que priorizan a los demás como receptores del amor. Aunque esto tiene mucho sentido, pareciera que se desconociera o que no se identificara como importante y significativo, el asunto ligado al amor propio. Posiblemente desde allí se comience a estructurar una dificultad individual que parte de una concepción social de amor que se brinda hacia afuera y cuya construcción hacia adentro no es tan relevante.

Vivir en comunidad implica la existencia de vínculos amorosos y afectivos que permitan el desarrollo individual y colectivo. Sin embargo, el punto de partida para que ello sea pertinente y potente es el amor propio ya que difícilmente alguien que tenga claras limitaciones en torno a la relación consigo mismo, podrá construir vínculos y relaciones con los demás, de manera clara, significativa y coherente. Se hace necesario, más que desconocer la importancia de los demás, reconocer la importancia propia en el orden del amor y darle una vuelta significativa más que al concepto, a las formas en las cuales construimos y vivimos esa dimensión con nosotros mismos.

Amarse a sí mismo

Si escuchamos a otra persona decir “yo me amo, yo me quiero, yo soy lo más importante de mi vida”, posiblemente sintamos que allí hay un caso de narcisismo o de falta de modestia que puede ser problemático. Nuestra cultura, desde la perspectiva de la humildad, la mesura y la sencillez, ha puesto esa forma de referirse a sí mismo como algo inadecuado o por lo menos, como un asunto problemático.

Por supuesto que si esto pasa los límites del desconocimiento de los demás y se convierte en una forma de pasar por encima de los otros, la dificultad es evidente. Sin embargo, en muchos casos es posible encontrar personas con relaciones muy coherentes y claras con los demás desde el orden afectivo, que también se han permitido construir para sus vidas formas amorosas tranquilas, que reconocen su realidad como una posibilidad y que integran las dificultades y las fortalezas como parte de un conjunto amplio y significativo.

Amarse a sí mismo no es un asunto de discurso, ni de palabras bonitas. Es una decisión personal que habrá de concretarse en la vida diaria y que puede tener algunos componentes importantes para ser tomados en cuenta.

En primer lugar, el amor propio requiere de una capacidad de escucharse y de observarse altamente desarrolladas. Las formas en las cuales hablamos con nosotros mismos, las conductas de autocuidado que implementamos y las maneras de relacionarnos con los demás, habrán de ser revisadas de manera crítica y constante por nosotros mismos.

En segundo lugar, es importante construir alternativas para sentirse y para perdonarse. Es una paradoja que a veces de lo que más desconectados estamos es de nosotros mismos y que ni siquiera conocemos qué es lo que nos gusta, qué es lo que deseamos y qué es lo que en realidad somos. Ello va aunado a la necesidad de hacer las paces con nuestra historia y desde allí, reconciliarnos con nosotros mismos.

En tercer y último lugar es fundamental decidirse y moverse. La construcción del amor propio no es un asunto de discurso sino de toma de postura frente a la vida, de resignificación de la propia realidad y de movimiento. Si hay algo que está impactando de manera negativa en nosotros mismos y está en nuestras manos cambiarlo, es fundamental moverse hacia ello y desde allí reconstruir la relación que hemos tejido en nuestra historia.

El amor propio no es una conquista última, sino el encuentro de una ruta que nos acerque a nuestra realidad de manera permanente, con todas las posibilidades y limitaciones que ello implica. Es una decisión que nadie diferente a nosotros puede tomar y es un arte que se desarrolla a lo largo de la vida, que toma tiempo y que requiere paciencia.

 

Columna publicada en la edición impresa del periódico Gente el 30 de agosto de 2018


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