De profesores y maestros

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Jamás había tenido dentro de mis planes de vida, dedicarme a la docencia (como tampoco había pensado estudiar psicología hasta los ventitantos años). Sin embargo, es a ello a lo que me he dedicado ya casi 20 años (casi la mitad de mi vida) y es con esto con lo que vibro profundamente.

He disfrutado y he padecido la docencia y aunque han sido muchos más los momentos en los cuales he vibrado con ella, también he tenido ocasiones en las cuales la he querido abandonar. Y es que eso de ser profe tiene sus bemoles, sus subidas y sus bajadas.

Aunque suene a frase de cajón, para mí ser profesor no es una labor, ni una tarea, ni una actividad (aunque por supuesto que también es eso). Para mí está ligado con la pasión y con el deseo, con lo más profundo y con lo más esencial. Ser profesor para mí, ha sido la posibilidad de descubrirme, de aprenderme, de construirme y de disfrutarme y eso va más allá de ejercer una labor.

Aunque a veces peleo con que los estudiantes me digan «profe» (me gusta que me llamen por mi nombre), cada que lo hacen hay algo en mi interior que vibra. Ser profe lo llevo ya en mi ADN y no solo en un salón de clases sino en cualquier labor que desempeño, ese lugar y esa posición frente a la vida, se activa.

Espero poderme dedicar muchos años más a la docencia y de a poco y de a mucho, pasar de ser profesor a ser maestro. Eso es algo que uno no puede asignarse ni que se adquiere solo por llevar años años acumulados en esta labor. Es algo que ocurre (o que no ocurre) y que tiene que ver con algo que trasciende enseñar y transmitir y que tiene que ver con el ser.

Hoy, celebraré este día, haciendo una de las cosas que más me gustan en la vida: dar clases y poner en escena eso que me apasiona profundamente a través de la docencia

 

 


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