crecer

Cuando en 1988 me gradué del colegio, con casi 18 años de edad y a punto de tener cédula de ciudadanía, sentía que había llegado al culmen del crecimiento. Sabía que venían muchos años por delante pero imaginaba, de manera fantasiosa y desde ese lugar mágico que es la adolescencia, que seguiría siendo más o menos igual en lo físico y que los aprendizajes que vendrían, estarían acompañados por un cuerpo semejante al que tenía en ese momento. Llegaron los 20 años y pocas transformaciones ocurrieron en lo corporal y la tranquilidad de que todo se mantendría más o menos inamovible, se volvió más fuerte. Sin embargo entrados los 30 y sobre todo cuando los 40 se instalaron, lo que decían los papás y los demás los adultos se hizo realidad: uno crece, cambia, se transforma y tanto en el cuerpo como en otras dimensiones de la vida, la existencia ya no es igual.

Cada persona asume de manera diferente su proceso de crecimiento; hay quienes sienten que no hay nada más complicado que ver su cuerpo cambiar y observar cómo los años se acumulan en su existencia, mientras otras personas expresan que no regresarían a esos momentos anteriores de su vida que aunque fueron plenos y maravillosos, ya fueron tiempos superados y etapas resueltas. Crecer duele, no sólo por ser un asunto de transformación corporal sino por todos los cambios en el orden social, laboral, familiar y psicológico que se van presentando con el pasar de los años. Por más que queramos evitar dichas modificaciones o que queramos retrasar el paso inevitable del calendario, a todos nos toca crecer;  se hace necesario prepararnos para ello y revisar tanto lo que nos angustia como lo que puede ser favorable en ese importante proceso.

Es necesario crecer

Los seres humanos somos una especie que vive la finitud, es decir tenemos consciencia de nuestra muerte y de nuestro proceso vital. Tal como nos lo enseñan en los cursos de biología en primaria, nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. El proceso anterior tiene múltiples variaciones como producto de los cambios sociales de las últimas décadas pero más o menos todos pasamos por la misma secuencia y nacer y morir, es inevitable para la totalidad de nuestra especie. Aunque es duro enfrentar los cambios propios y es complejo entender que nuestros padres y los adultos con los cuales crecimos se envejecen y mueren, es fundamental ese recambio. Nuestro tiempo, como el tiempo de los demás, es limitado y ello se convierte en una gran ventaja evolutiva que compartimos con los demás. Dar vuelta a la página de nuestras vidas, así como el resto también hará lo mismo, es fundamental para podernos sostener como especie y para poder ajustarnos, aprender y caminar tanto como individuos como en el orden de lo social.

En el orden de lo individual pasamos de ser una fusión biológica de dos células (un espermatozoide y un óvulo) a ser sujetos altamente complejos que a lo largo de nuestro ciclo evolutivo pasamos por múltiples momentos, cada uno de ellos con retos y crisis diferentes, pero necesarios para ser lo que somos. Pasamos de tener un cuerpo que no controlamos en los primeros meses de vida, a tener una corporalidad que podemos movilizar mediante el gateo y con los primeros pasos. Dejamos de ser bebés y comenzamos a ser niños, y luego de un número importante de años y gracias a la pubertad, nos convertimos en adolescentes (o aborrecentes como dirían algunos). Cumplimos la mayoría de edad y la cultura nos comienza a hacer pedidos como si fuéramos adultos: que estudiemos, que trabajemos, que consolidemos una relación afectiva y que nos comencemos a hacer cargo de aquello que los mayores que acompañaron nuestro desarrollo, ya comienzan a delegar. Y así nos convertimos en jóvenes adultos y luego en adultos “maduros” y posteriormente en viejos, y así cerramos un ciclo de vida altamente complejo y lleno de experiencias.

Aprendemos a lo largo de los días y con el paso de los años, y a punta de golpes, maduramos y comenzamos a ver el mundo de manera diferente. Vamos entendiendo que crecer es parte de nuestra vida y que por más que nos resistamos, ello ocurre. Así como en lo físico también crecemos en otras dimensiones; cada uno a su ritmo y de acuerdo con sus propias decisiones o con las imposiciones sociales que asuma. Crecer puede ser una trampa, pero también puede ser una maravillosa oportunidad para recomponer la realidad y para aprender. Crecer duele, pero es un dolor relativo que cada uno habrá de asumir y de abordar de acuerdo con sus propias posibilidades.

Hay que aprender a crecer

Aunque la psicología evolutiva, así como otros discursos académicos y sociales dan cuenta de los elementos que han de tenerse en cuenta para asumir el proceso de crecimiento a lo largo del ciclo vital, se hace necesario que cada persona más allá de lo que dice la sociedad o de lo que dicta la norma cultural, construya sus propias alternativas en su proceso de crecimiento. Crecer no es algo que simplemente ocurre, sino que es un asunto que mueve las fibras más profundas de nuestras realidades y que nos confronta con nuestras capacidades de respuesta frente a la realidad que conocíamos. Es algo que puede disparar todos nuestros miedos pero también que puede potencializar todas nuestras más profundas capacidades.

“es importante ponerse en la tarea de reaprender y de resignificar la vida, ya que por delante aún quedan muchas experiencias “

Entre los 40 y los 50 años hombres y mujeres enfrentamos un sinnúmero de transformaciones; así como cuando éramos adolescentes y nuestro cuerpo nos resultaba extraño, lo que pensábamos nos parecía ajeno y lo que se esperaba de nosotros era fuente de conflicto (había que mediar entre lo que se deseaba y lo que se nos pedía), en la adultez vuelve a ocurrir lo mismo. Los hombres en muchos casos volvemos a tener comportamientos semejantes a los que teníamos 20 o 30 años atrás y las mujeres, en esa añoranza por el cuerpo y por la belleza que los años han modificado, intentan retornar a eso que más que desaparecido, se presenta de manera diferente. Más allá de decir qué es lo adecuado o lo inadecuado, se hace necesario mencionar que este momento de crecimiento genera unas crisis importantes en el desarrollo de las personas y mueve los cimientos de lo que es la realidad conocida. Por ello es importante ponerse en la tarea de reaprender y de resignificar la vida, ya que por delante aún quedan muchas experiencias y muchas oportunidades para ser vividas y para ser descubiertas.

No sólo se hace necesario envejecer con dignidad; es importante crecer aceptando que es algo inevitable e ineludible. Vale la pena disfrutar de eso que cambia, de eso que se transforma y de eso que se modifica, para construir el resto de la existencia disfrutando de esas nuevas maneras de ser y de estar en la vida. Crecer puede ser dramático y doloroso, pero también es algo maravilloso; depende de cada uno de nosotros disfrutarlo o padecerlo.

Juan Diego Tobón L.


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