Ayer conocí a Mariela

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Calculo que Mariela es una mujer de unos 50 años. Al finalizar una conferencia se me acercó y muy angustiada me preguntó qué podía hacer con su hijo de 25 años que lleva varios meses deprimido. Me contó ella, que Samuel difícilmente quiere salir de su casa, que el llanto de su hijo es frecuente y que los pensamientos en torno a la muerte se han incrementado en las últimas semanas.

Su hijo es un estudiante universitario que se graduó hace algunos años de un colegio privado de la ciudad. Viven con las comodidades básicas de una familia de estrato 4 y tienen un entorno familiar cohesionado y cercano. Samuel fue un niño alegre y un adolescente tranquilo, pero en los últimos años todo eso cambió.

Samuel se niega a ir al psicólogo o al psiquiatra y tampoco ha permitido que en la universidad lo acompañen. Con su familia ha tomado distancia y su novia optó por terminar la relación ya que era muy difícil mantener la tranquilidad en los momentos en los que estaban juntos. Está a punto de perder de nuevo las materias del semestre y Mariela teme que todo esto se complique aún más.

La situación que me cuenta Mariela puede ser la tuya o la mía; puede ser la del vecino o la de mi familiar; puede ser la de un conocido o la de mi estudiante. Incluso siendo psicólogo no es fácil saber qué hacer en este tipo de casos, pero por algún lado habrá de abordarse.

¿Qué puede estar pasando?

Aunque es difícil saber con certeza qué es lo que ocurre con Samuel, podrían identificarse algunos comportamientos a los cuales vale la pena prestarles atención: cambio significativo en el humor en los últimos meses, distancia con las personas cercanas, estado de ánimo triste, disminución en el rendimiento académico, pensamientos de muerte y otros más.

Más allá de si se trata de un episodio o de un cuadro depresivo, vale la pena comprender la situación de manera completa. Para hacerlo es necesario hablar con Samuel, pero si no quiere es difícil tener todo el panorama de lo que ocurre. A él será importante acompañarlo y arroparlo, pero al ser un adulto eso lo implicará necesariamente a él mismo. Con quien también es fundamental acompañar este proceso es con Mariela, ya que desde su rol de madre tiene un lugar en toda esa historia.

Mariela, por lo menos con la información que me transmitió, está intentando solucionar una situación que, aunque la implica, no puede resolver directamente por su hijo. Sin embargo, está haciendo lo que en primera instancia le corresponde: hablar sobre lo que ocurre, buscar ayuda y construir red con otros para abordar esta situación.

Posiblemente explorando la historia completa, existan tensiones familiares complejas, situaciones no resueltas o tensiones acumuladas que han explotado a través de Samuel. En toda familia los conflictos existen y en todas las relaciones humanas, las dificultades hacen presencia a veces de manera desmesurada.

Más allá de encontrar culpables habrá de acompañarse el proceso para que cada integrante de ese núcleo familiar pueda hacerse responsable de lo que le corresponde. Cuando se trata de niños, niñas o adolescentes, los padres tienen unas responsabilidades más amplias y diferentes con sus hijos que cuando estos son adultos. Aunque el vínculo afectivo posiblemente haga que siempre se vean como “niños pequeños”, la responsabilidad del adulto hace que estos límites en otros escenarios se transformen de manera importante.

¿Qué se puede hacer?

Aunque parece obvio que frente a situaciones que nos desbordan la búsqueda de ayuda sea una alternativa para hacerles frente, a veces esto no ocurre en el momento que se requiere. Tardamos mucho en apoyarnos en alguien y en construir redes que permitan que encontremos soporte frente a una situación difícil.

En el caso que aquí se menciona es claro que Samuel necesita ayuda. Es muy importante hacer todo lo que esté al alcance de los otros adultos con quienes interactúa, para que ello ocurra. Sin embargo, la ayuda que se le ofrezca a Samuel no podrá imponerse ni obligarse. A veces se convierte en una paradoja el buscar ayuda no para sí mismo sino para otro que no la desea. Eso ocurre en muchos casos en situaciones donde los padres buscan apoyo para resolver situaciones en donde los implicados son sus hijos, o en donde hombres y mujeres buscan ayuda para enfrentar situaciones que claramente están desbordadas por sus parejas.

No podemos en muchos casos hacernos cargo de lo que a los otros les ocurre por más que queramos. Sin embargo, sí podemos responsabilizarnos de lo que nos corresponde e intentar construir alternativas no sólo para acompañar a quien nos necesita, sino fundamentalmente para no perder el equilibrio rápidamente y para que, si eso ocurre, podamos retornar al mismo.

Lo que les pasa a las personas cercanas a nuestra vida, impacta profundamente nuestra realidad y por eso habremos de buscar apoyo para nosotros. Conversar, construir redes con otros, apoyarnos y preguntarnos por nuestra propia existencia, es fundamental y es lo más coherente y responsable que podemos hacer.

Mariela, como muchas otras personas que conozco, posiblemente se pasarán un tiempo intentando encontrar algo que le permita a Samuel, tramitar esa sensación tan compleja que tiene. Posiblemente se resuelva y la historia tenga un final tranquilo, pero también puede ser que la situación se vuelva aún más compleja. Independientemente de cómo finalice, es fundamental que Mariela no deje de pensar en sí misma, que recuerde que aunque su hijo la necesita, ella misma requiere de su propia presencia para poder caminar en lo que le resta de su existencia.

Ayer conocí a Mariela y me dejó pensando en eso a lo que nos enfrentamos todos los días: a resolver nuestra propia vida y a acompañar a otros para que la suya sea una vida más posible. Al vivir en sociedad, todos somos responsables de todos y lo que le ocurra a uno tiene impacto en el resto. Sin embargo, la responsabilidad primaria y la decisión más coherente, siempre será empezar por uno mismo para poder acompañar a otros.

 

Columna publicada en la edición impresa del Periódico Gente el 4 de octubre de 2018


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