Verdad

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A este país de mil y un versiones, fragmentado desde siempre, pero dividido en dos desde que se nos preguntó si queríamos o no ponerle fin a una de nuestras tantas guerras, le hace bien tener una Comisión de la Verdad.

Presidida por Francisco de Roux, acompañado de otros 10 comisionados, ha escuchado a víctimas y victimarios; ha recibido ataques injustificados y estigmatizaciones de unos cuantos a quienes les aterra, supongo, descubrir que las anteojeras que usan y que quisieron imponer a los demás no son más que eso: un pedazo de vaqueta que nos los deja ver más allá de sus propias testarudeces y mentiras, que no por repetirlas muchas veces dejarán de serlo.

Su tarea final, la de la Comisión, es brindarnos un relato que llene de luz esos espacios oscuros y sinuosos que construyó nuestra violenta historia, y que nos permita esclarecer el porqué de ese rastro de sangre y sevicia que es nuestro pasado —y nuestro presente, acaso—, para que no olvidemos lo que pasó, pero sobre todo, para que no lo volvamos a recorrer. Verdad, justicia, reparación y no repetición.

Su informe final no creará un consenso. Habrá debate, por supuesto, pero será —debe de ser— nuestra piedra angular para poder contarnos lo que fuimos y no podemos volver a ser.

Descalificar la tarea de la Comisión y a sus comisionados es una jugada sucia de aquellos que quieren imponer su relato, porque le temen al reflejo que encontrarán de sí mismos cuando se tengan que enfrentar al espejo de la historia.


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