Un ruido en mi calle

Hay un ruido en mi calle que me hace falta. No fue así siempre. Hay cosas que te molestan, pero luego terminas extrañando.
Es un ruido menor, que riñe con mi tinnitus. No es el de los perros del vecino corriendo por la casa. Hay que cortarles las uñas a esos animales, pienso. No es el rugir de las buseticas que recogen a niños ojerosos antes de que los rayos del sol se cuelen entre los edificios.
Sé de vecinos que no lo notan. Yo me despierto en la noche y espero para descubrir que sigue ahí, como el cuervo de Edgar Allan Poe. Es un tum-tum rápido, como una corchea.
¿Que qué es? una tapa del alcantarillado que sigue el ritmo de los carros que la pisan. No siempre sonó, claro. Hubo un tiempo en que permanecía en silencio, como una tapa cualquiera, como esa gente que, de tan callada, pasa desapercibida.
Pero ya ven, hay obras en todos lados. Rompieron el suelo, quitaron la tapa, pavimentaron, la pusieron de nuevo… y dejaron ese tum-tum. Tardé en identificarlo, en saber de dónde venía. Luego traté de callarlo: metí trozos de madera a los lados de la tapa, piedras, probé con un pedazo de espuma que encontré en la calle. El ruido siempre volvió.
A veces lo olvido y me parece que se ha ido, entonces me quedo en silencio, con la mirada perdida y el oído atento. ¿Qué pasa?, me pregunta Cata. No respondo hasta volver a oírlo. Ahí está, le digo, y todo sigue normal.
Hace días que no suena. Quizás algún vecino que no ha entendido su rítmica belleza le puso una piedra, un trozo de madera o un pedazo de espuma que encontró en la calle.