Todo va a estar bien

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No sé si es porque me ha pasado a mí también o porque antes no le prestaba atención o porque así es el azar, pero me he topado en la calle con gente que llora. Y a mí me da un no sé qué, unas ganas de abrazarlos, de ponerles la mano en el hombro por lo menos, y decirles una mentira piadosa que yo mismo me creo: todo va a estar bien.

Una mujer en un almacén de zapatos, sentada, con un pie sin calzar, el celular en la oreja y esa angustia vuelta lágrimas. Una chica que se deja caer en una silla a mi lado y suspira profundo, como para recuperar, así sea un poco, el aliento perdido. Un hombre que se sostiene de un poste para que no lo tire al suelo la tristeza, los ojos rojos, resistiéndose a dejar salir el llanto. Un adolescente en una sala de espera de un aeropuerto, respirando entrecortado, con las manos cubriéndole la cara. ¡Qué cosa con las malas noticias que te atrapan solo entre un montón de desconocidos!

Y nos pasa a todos, seguro, como a Idea Vilariño: “…y no sé si reírme a carcajadas / o si llorar de miedo”, escribió.

Cuando niño, si llorabas en la calle, siempre había alguien que te preguntaba algo: ¿qué te pasó?, ¿te aporreaste? o ¿estás perdido? mientras levantaba la cabeza para buscar a alguien sin saber bien a quién. Quizá parte de ser adulto es eso, vérselas a solas con el llanto.

Ojalá se pudiera llorar siempre como propone Cortázar, tres minutos de lágrimas hasta sonarse enérgicamente y que todo cese. Que las lágrimas siempre fueran las de llorar cuando valga la pena, como canta Sabina.

Todo va a estar bien, imagino que les digo. Nada más.


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