Tiempo

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Me entero —cosas de Twitter— que hay gente en Holanda que compite en bicicleta contra el viento. No cualquier viento, claro, sino contra una corriente que supere los 50 kilómetros por hora. Como mínimo debe ser viento de fuerza 7 en la Escala Beaufort. Los marinos llaman a eso frescachón.

En bicicletas sin cambios, con el viento en contra por supuesto, porque sino qué gracia, hay que pedalear 8,5 kilómetros a toda velocidad sobre la Oosterscheldekering, como lo escriben ellos en su idioma lleno de consonantes —o en la Barrera del Escalda Oriental, como lo hacemos en español—.

Lo ve Martín Caparrós, el periodista argentino, y dice “Me topo con esto y me pregunto qué no existe todavía. Se está haciendo difícil inventar algo, ¿no?”.

¿Qué nos hace crear un deporte como ese? ¿O como el olímpico curling? ¿Qué nos lleva a practicarlo? El aburrimiento, sospecho. Aburrirse es la madre de todas las creaciones. Benditos aquellos que tienen tiempo qué perder.

Me gusta no tener nada que hacer (aunque no siempre ocurra). No comprendo a quienes ocupan cada segundo de sus días para escapar del tedio. Lamento la suerte de quienes caen en la trampa —y la defienden, a veces— del 24/7 laboral.

Me gusta notar que ha corrido el día y que apenas se ha hecho algo, pero mejor si no se ha hecho nada. Qué envidia saber que hay alguien por ahí a punto de ocurrírsele algo provocador mientras pierde el tiempo.


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