Temer

temer

Temer, titulo el asunto. Pero debería de ser temerosos, porque en Medellín abundan y por eso hay que volver a escribir de esto. Un tipo, que dice ser policía, le dice a una pareja de chicas que esperan abrazadas a que llegue el metro que se suelten, que las están viendo los niños. Como si el amor no fuera un buen ejemplo; como si toparse con la diferencia no fuera aleccionador; como si entender la diversidad no fuera el germen de la tolerancia.

No es la primera vez que pasa y está claro que no será la última. En esta ciudad, que se jacta de su amabilidad, abundan algunos energúmenos que siguen temiéndole al diferente: al que quiere diferente, al que se viste diferente, al que habla diferente, al que piensa diferente…

Hay unos que rasgan banderas a navajazos, otros que borran murales como queriendo negar lo evidente mientras lo reafirman, están los que les dicen a aquellos que deciden morir dignamente por qué es su obligación vivir sufriendo, y algunos más definen cómo, cuándo y en dónde es que hay quererse. Digo que son varios, pero a lo mejor son todos los mismos.

Esto es Medellín, adonde vino tan poca gente que todo siempre nos quedó lejos y el diferente siempre fue mal visto. Váyanse de aquí, que el mundo es ancho, escribió Ciro Alegría en su novela, y parece ser esa la consigna de quienes entienden la vastedad del planeta, pero tienen estrechas las ideas.

Volverá a pasar, sin duda. Pero me gusta pensar, aunque puede ser que me esté mintiendo a mí mismo, que esos energúmenos se van quedando solos.


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