Resistir

Hay un verbo que me gusta: resistir. Hay algo poderoso en él. Como esos laureles de la avenida Nutibara que revientan aceras con sus raíces, pero que tienen algo que evita que los talen, una magnanimidad, quizá.
Resistir. Lo conjugaron lo mismo franceses y partisanos italianos durante la Segunda Guerra Mundial que los liderados por Michael Donovan en V: la batalla final. Claro, es juntar peras con manzanas, pero resistían, en todo caso. La Resistencia, se llamaban.
Cada quien lo hace a su manera. En Bend, Oregon, por ejemplo, hay un Blockbuster que se niega a cerrar. Es el último en pie. La gesta, por lo menos, es bonita. Dan ganas de ir allí, desempolvar la anacrónica membresía y alquilar una de esas películas de 1999 cuando se usaba el VHS y existían las videotiendas. Escojan: Belleza Americana, Matrix, El club de la pelea, Todo sobre mi madre, El violín rojo, Magnolia, ¿Quieres ser John Malkovich?, El sexto sentido, Ojos bien cerrados, El talentoso señor Ripley… Cualquiera de esas, y echarse a verla mientras el tiempo pasa.
Sería bueno, digo, si el mundo no fuera lo que es, lo que fue, lo que sigue siendo: un planeta de resistentes, de gente que aguanta, que no se rinde, de personas como Francia Márquez, la defensora de derechos humanos que se salvó de correr la misma suerte de los más de 400 líderes sociales asesinados en este país entre 2016 y 2019.
Y yo no sé si alegrarme de que exista gente así o lamentar que necesitemos que exista gente así para que no tumben los árboles, no cierre el Blockbuster de Bend, para que este país sea un poco menos injusto.
Habría que resistir de pie, al lado de ellos.