Resistir

En el separador de la avenida 80, justo enfrente donde se levanta un centro comercial en lo que antes fue un pequeño bosque, hay un solitario palo de bambú. Supongo que es de bambú. La botánica es uno de los tantos saberes que no tengo. Envidio a esos que reconocen árboles, flores y matorrales.
El asunto es que está ahí, solitario. Lo enterraron siendo un palo, junto con otro montón que unieron con cintas amarillas y feas, para intentar que la gente no cruzara la calle por allí, sino por la esquina.
Este palo tuvo la osadía de retoñar. Lo veo cuando paso por allí y recuerdo el poema de Benedetti retocado por Serrat para volverse canción: “Seguro que los diarios / no se preguntarán: ¿los árboles serán / acaso solidarios?”. Y pienso en un verbo: resistir. Porque qué otra cosa hace ese palo de bambú sino conjugarlo.
Me gusta ese verbo. Me gusta la tercera acepción de ese verbo, para ser preciso: “Dicho de un cuerpo o de una fuerza: oponerse a la acción o violencia de otra”.
Lo pienso ahora, cuando el proceso de paz del Estado colombiano con la guerrilla de las Farc acaba de cumplir cinco años resistiendo, recibiendo los embates políticos, las mentiras, las traiciones, las trampas. Resistiendo, insisto, a los que por acción u omisión han querido hacerlo trizas.
Hay cosas para las que se necesita tozudez. Para crecer en medio del cemento y, acaso, florecer. Para dejar de hacer la guerra, también. Hay asuntos a los que vale la pena resistirse: a las falacias de los instigadores que no halan los gatillos, pero se sirven de los disparos, por ejemplo.