Renegar

Tantos que hemos avanzado para estar en contacto: aplicaciones que hubieran sido fundamentales años atrás para salvar la distancia de los emigrados por gusto u obligación con su gente a miles de kilómetros de distancia.
Pero a la vez que son tan útiles para evitar hablarnos. Porque quién quiere oír retahílas en llamadas que están siendo grabadas y monitorizadas; quién quiere estar siempre dudando si, en efecto, es cierto que la voz al otro lado del teléfono es de quien dice ser o si acaso te estarán llamando de Bellavista o La Picota.
A quién le interesa tener que validarse ante un extraño que parece saberlo todo de uno: sí, esa es mi cédula; sí, esa es mi fecha de cumpleaños; sí, ese es mi nombre…
Me aburren las notas de voz que son monólogos largos como un pódcast: oíme lo que tengo por contarte. O no me llames, escríbeme, pedimos. Soy, tal vez, de los últimos humanos que aún deja mensajes en los contestadores automáticos.
Y luego perdemos la paciencia, marcando botones en el teléfono, intentando encontrar a alguien que nos oiga, hartos de lidiar con bots o inteligencias artificiales incapaces de entender nuestras urgencias, afugias o angustias. ¡¿Dónde marcar para mandar un servicio al cliente al carajo?! Esa opción nunca nos la ofrecen.
Sueno como un viejo cascarrabias, pero apenas soy, tal vez, un tipo cansado de silenciar mensajes de texto en mi celular que llegan a deshoras y de lidiar para hablar con una persona cuando necesito una respuesta.