Reír

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Hay risas de risas. Sencillas, contagiosas, misteriosas, absurdas, tontas… Hay quien ríe primero y quien ríe de último. Hay quien tarda en reír porque tarda en entender. Hay, también, quien nunca entiende y, entonces, nunca ríe ni comprende la risa de los otros.

Hay quien censura las risas, las prohíbe, les teme. Hay risas que alivian y ajustan cuentas, en especial cuando nos reímos del poder. Tenemos el derecho, y casi el deber, de burlarnos de los poderosos. Bienvenido todo aquel que sabe notar a tiempo (y nos hace notar a los demás) que el emperador sigue desnudo.

Aún quiero, puedo y quizás hasta debo, reírme de aquel “así lo querí”. Y no, no hay allí matoneo, no es el presidente un niño indefenso. Todo lo contrario, su actuar es peligroso. Hace unos años, la Revista Semana entrevistó al periodista y docente John Dinges. Le preguntaron por la sátira política. “Hay un principio muy importante —respondió cuando juntaron la burla con el matoneo—: la protección frente a las ofensas debe ser máxima en el caso de personas menos poderosas y mínimo en las poderosas”. No hay dignidad de la que no podamos reírnos.

El escritor español Juan Benet lo tenía más claro: “El único tratamiento que conoce el hombre, y para satisfacerse a sí mismo, es la ironía y el burlarse del poder”. 

 

Esquirlas

No pierde tiempo la barbarie. El 2021 ya suma 10 masacres. Hasta el 2 de febrero, Indepaz había contabilizado 35 víctimas. Espero que el nuevo ministro de Defensa, al que tanto le molesta la JEP y la protesta social, no se burle de nosotros ignorando este desangre, porque hay risas que asustan. “Cuando vi reírse a aquellos dos pobres diablos me di cuenta de que estaba en el infierno”, escribió Ramon Eder. “Señor ministro, de qué se ríe”, preguntó Benedetti.


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