Prohibir

prohibir

Hay que ver lo bien que se nos da. Lo acaban de hacer en Barcelona. Una escuela pública de allí decidió sacar de su biblioteca 200 títulos. Cuentos infantiles, sobre todo. Un nuevo Índice. La historia es espiral que nunca acaba, canta el cubano Frank Delgado.

En la lista de censurados cayeron Caperucita Roja y la Bella Durmiente. Eran muy negativos en perspectiva de género, dijeron desde la Comisión de Género de la Asociación de Familia de los Alumnos de la escuela. ¿No se nos estará yendo la cosa de las manos?

Aclararon luego que no es una prohibición en toda regla, sino una revisión. Y que lo que hicieron fue sacar los títulos que consideraron tóxicos de los estantes a los que alcanzan los niños de uno a cuatro años, “infantes sin capacidad crítica, de perspectiva histórica, analítica”, explicaron los de la Comisión.

No sé yo… En la biblioteca de mi casa compartían espacio juguetes y libros, sin mayores restricciones para agarrar el que nos viniera en gana: desde los hermanos Grimm hasta un manual de Masters y Johnson, Condorito y Mafalda, la Biblia y La última tentación de Cristo. Legos, carros, balones, títeres. Claro, mis papás estaban allí para cuando teníamos preguntas o para mostrarnos dónde podíamos obtener una respuesta. Y para jugar, también.

Me enrolo para ciertas guerras porque las creo justas, pero hay batallas en ellas que me parecen absurdas. No creo que sea escondiendo libros (o poniéndolos en la parte más alta, para que no alcancen los menores de cinco años, por ejemplo) como se logrará cambiar el mundo, que es injusto y machista, sin duda. Confío más en docentes que guíen la lectura que en esperar hasta tener perspectiva histórica para poder leer a Charles Perrault. Pero eso soy yo, claro.


Compartir