Prioridades

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Esta semana he escuchado poco la radio. Hace días no les presto mucha atención a los noticieros. Paso rápido por las páginas de periódicos y revistas. Intento vivir en Colombia sin darme cuenta, pasar de largo, lidiando solo con la insoportable personalidad de Ignatius J. Reilly, protagonista de La conjura de los necios.

Pero es que este país —que debería tener por himno una marcha fúnebre— no lo permite. Ahí está el retorno de las masacres que apenas si te dejan espacio para pasar de una a otra sin terminar de comprender nada, volviendo a la geografía del horror: Magüí Payán, Samaniego, Algeciras… una ruta llena de sangre. 

Solo en 2020 la Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos ha documentado 33 masacres en Colombia y ha verificado el asesinato de 45 defensores de derechos humanos. No hay tapabocas ni vacuna contra las balas. ¿Y el presidente? En Rionegro, dándoles la bienvenida a los aviones.

Ya estábamos notificados, en todo caso, nos lo dijo el personaje ese del sombrero aguadeño y las banderas pintadas en sus mejillas, vociferante, con su mano simulando empuñar un arma imaginaria en aquel desfile de enero de 2019 que sus organizadores llamaron marcha por la paz. Plomo es lo que hay, gritaba, como advertencia; plomo es lo que viene, exclamaba, como profecía.

Desde la Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos le dicen al gobierno actual que “es crucial avanzar y profundizar  la implementación integral del Acuerdo de Paz”. A veces me parece que estuvimos tan cerca de lograrlo, y que retrocedimos tanto que parece mentira que casi lo alcanzamos. Pero los que están en el poder parecen sordos, porque no escuchan los reclamos, los “¡basta ya!”, los  “nos están matando”, las detonaciones, los disparos.


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