Pesimista

pesimista

Le parece a Cata que mis columnas son pesimistas. Dije que no, pero esgrimió suficientes argumentos para mantenerse en su punto. Recordé que un pesimista no es más que un optimista bien informado.

La definición no es mía, es uno de esos aforismos que ruedan desde hace años sin saber bien a quién atribuírsele. Tengo otra, en cambio, de la que sí sé su procedencia. Está en el Diccionario del diablo, de Bierce, un librito del que ya me he valido varias veces. 

Dice Bierce que el optimismo “es la doctrina o creencia de que todo es hermoso, inclusive lo que es feo; todo es bueno, especialmente lo malo y todo está bien dentro de lo que está mal”. Y que el optimista no es más que un “partidario de la doctrina de que lo negro es blanco”.

Algo de razón asiste a Cata: he dicho en varias columnas que la humanidad parece ir, sorteando con éxito los obstáculos que se le ponen, un camino hacia al barranco. Sin embargo, tengo razones de peso para demostrar que no soy un pesimista a secas, sino uno que va disfrutando el recorrido: confío en envejecer con ella, armo planes que sospecho saldrán bien, recojo datos esperando que sean material de cuentos futuros, me comprometí a escribir otro libro, apuesto por causas que parecen perdidas esperando que —en algún momento— cambien las cosas. Les digo a las personas, cuando las veo preocupadas, que todo va a estar bien, porque así lo creo.

Me parecen extraños aquellos que, como Harry Burns, leen el final de los libros por si les pasa algo y no alcanzan a saber cómo termina la historia.

Estuve seguro, todo el tiempo, de que este periódico volvería a circular y esta columna volvería a leerse en papel. Y aquí estamos.

*Esta columna fue publicada en la edición impresa del Periódico Gente del 05/06/20.


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