Orar

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“La rabia es mío, eso es mío, solo mío”, dice un fragmento de Días y flores, la canción de Silvio Rodríguez. Lo recuerdo cada vez que alguien se aferra con uñas y dientes a lo que siente como exclusivo, aunque no lo sea.

En 2015, el neurocientífico Jean Decety, de la Universidad de Chicago, le presentó al mundo las conclusiones de una investigación: “Es importante destacar que los niños más altruistas vienen de familias ateas o no religiosas”, dijo. El País de España tituló la nota donde recogieron el informe de Decety con un golpe de efecto: “El buen samaritano es el ateo”.

Cuatro años después, en 2019, el investigador se desdijo un poco al revisar nuevamente los datos: “Si bien nuestro hallazgo de que una mayor religiosidad en el hogar predice que los niños compartan menos sigue siendo significativo, creemos que es necesario corregir explícitamente el registro científico”. 

Lo supe porque recordaba la noticia original y cuando fui a buscarla me encontré la adenda. Y la buscaba pensando en el centenar de creyentes (quizá más, quizá menos) que bloquearon algunas vías en Bogotá y colapsaron El Dorado exigiendo que el oratorio del aeropuerto —que siempre fue suyo, solo suyo— siguiera siendo exclusivamente católico y no un espacio donde se den cita los diferentes credos.¡Sal de aquí, que mi dios es tan grande que no cabe el tuyo!, parecen decir.

Podría ser una anécdota pintoresca y nada más, claro, pero es que el fundamentalismo anda por el mundo copando espacios.

 


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