Omnes vulnerant, postuma necat

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He muerto. O por lo menos así lo pensaron algunos. Justo estaba chateando con Mónica cuando me puso al tanto: “Se murió dizque un Mario Duque, periodista”, me dijo. Alguien más me escribió para confirmar o desmentir mi presencia en el más acá.

Recordé la anécdota de Mark Twain, a quien el New York Journal dio por muerto en 1897, 13 años antes de su verdadero deceso. “Las noticias de mi muerte han sido una exageración”, respondió el creador de Huckleberry Finn.

Le advertí a mi mamá, no fuera a ser que alguien le diera el pésame y la matara de un susto. Le conté a Cata, que compuso un gesto de esos de ternura y negación. Y les conté a unos amigos, para conjurar la sorpresa y reírnos un poco de la confusión, porque de la muerte también hay que burlarse.

“¿Pero estás seguro, Mario?”, me preguntó Andrés, uno de ellos. Casos se han visto. Rodrigo Díaz de Vivar ganó su última batalla después de muerto. O el psicólogo infantil Malcom Crowe, quien tardó toda la película en darse cuenta de que no sobrevivió al disparo en la primera escena. El mismo amigo recordó La tercera resignación, el cuento de García Márquez.

No está mal morirse de mentiras. Todos deberíamos tener derecho a un primer deceso para saber del asombro y la tristeza, y poder reconfortar uno mismo a sus deudos. O para encontrar respuestas a las preguntas que componen Si la muerte pisa mi huerto, la canción de Serrat. Un simulacro antes del definitivo momento. Porque llegará. En los relojes de las iglesias solía estar la inscripción Omnes vulnerant, postuma necat. Todas hieren, la última mata.

Pd: Que los respetos y el cariño vayan para el otro Mario, a quien no conocí aunque compartimos profesión, nombre y apellido.


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