Neutralidad

neutralidad

El arte no puede ser neutral, porque entonces no es arte, sino ornamento.

Se desdijo el embajador Luis Guillermo Plata. Que neutral no fue la palabra que debió usar. Pura paja, porque lo que persiste no es el término, sino la idea.

Toda lista es una suma de ausencias, es cierto. Pero lo que hubo allí fue una advertencia que no se borra con las disculpas: si no nos gusta lo que dices ni como lo dices, te quedas fuera. Y en su intento por acallar las voces que les molestan dejaron en evidencia la cortedad que los define.

Pobres el embajador y aquellos a quien representa en particular (esos responsables de tachar los nombres de la lista), que buscaban adornos y se encontraron con el arte que tanto les incomoda. Y revelaron el tamiz que usaron, ofendiendo de paso a los invitados.

“Está implícito que tiene que ver [la invitación] con nuestra supuesta neutralidad, que además es un valor que no existe en la literatura, toda literatura es la negación misma de la neutralidad”, dijo Juan Esteban Costaín, en una respuesta que vale la pena leer.

Creyeron que habían confeccionado una convocatoria de escritores sin posturas o que, por lo menos, no los pondrían en evidencia en conversaciones, conferencias y entrevistas. A lo mejor se les ocurrió que todos sus invitados eran como esa gente que no se moja cuando llueve —que la hay, claro—, pero las renuncias demuestran que se equivocaron.

Pobres ellos, dije. Pero debió ser pobres nosotros, que los tenemos como funcionarios.


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