Necedad

necedad

Nadie me lo está pidiendo, pero lo voy a decir. Si hay una palabra para definir este año, este 2020 anormal y absurdo y trágico (aunque podría servir para los últimos años o, ya entrados en gastos, para lo que va del siglo), esa palabra sería necedad. 

No como la entendemos casi siempre. No la del niño que no presta atención en clase o que salta o juega en la sala de la casa, sobre la visita. No. Es la necedad como la define el diccionario, es el necio en su más llana definición: ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber, pero sobre todo, terco y porfiado en lo que hace o dice.

Pero no, no es el año, no es el tiempo —esa invención nuestra—, es la gente, somos nosotros, para no negarle a nadie su parte en este sainete. Hay que ver como porfiamos. Somos la mosca que vuela con fiereza y sin descanso contra la ventana. 

No es solo el virus y sus negacionistas, aunque los tapabocas en la cumbamba son un buen retrato de lo que somos. Son los indignados con el mármol y el bronce que andan derribando estatuas, como si esconder el pasado lo borrara; es lo políticamente correcto, que se empeña en cambiar las formas, pero dejando intacto el fondo; son las declaraciones de esos gobernantes y funcionarios alrededor del mundo que parece mentira que lo sean. 

Hagan menos pruebas para que baje el número de contagiados, aconseja Trump. Que la violencia de género es un invento feminista utilizado tras la caída de la URSS, afirma una diputada de la derecha española. Que me voy de viaje con mi familia cuando quiera, nos informa el fiscal Barbosa. 

Nos los merecemos, sin duda, pero ¿no están ya cansados de ellos?


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