Mentir

mentir

Miente que algo queda. Esa parece la consigna. Tergiversa, que alguien ha de creer eso que dices y lo repetirá y lo compartirá y esparcirá en el viento la mentira, contagiosa como un virus. Y enojará a unos, sí, pero complacerá a aquellos otros. Y alimentará el fuego de los fanáticos y nublará la razón de los crédulos, que es finalmente el objetivo.

Sé de algunos que saben que mienten, lo hacen deliberadamente. Deben saberlo por quienes son, por lo que han sido. Hay en ellos la más pura de las maldades: lo suyo es confundir, enrarecer para pescar incautos que les sirvan a sus causas.

Se dejaron ver, para quien haya querido mirar bien, durante la pasada minga. Hicieron eso que les ha sido tan útil: agitaron los miedos, acusaron sin pruebas, gritaron ¡qué viene el lobo! Aún hay quienes confían en ellos para que les digan a quien hay que temerle.

Que la minga estaba infiltrada. Que con ella se avecinaba la violencia. Que les miráramos bien las botas a esos indígenas —porque deberían andar descalzos o en alpargatas, supongo que es lo que esperaban—. Que les contáramos la tierra que poseen para descubrir que ellos, los expropiados, los arrinconados, son en verdad grandes terratenientes. Que son vagos porque son incapaces de tumbar esos árboles ancestrales y darle paso al progreso en forma de ganado o palma de aceite o aguacate hass. Miente, que algo queda. Tergiversa, que alguien ha de creer eso que dices.

Me ronda un poema del venezolano Rafael Cárdenas: “No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es. / Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir la verdad. / Seamos reales. / Quiero exactitudes aterradoras”.

Ojalá así fuera. Pero duda, te digo, porque quizá te engañan.


Compartir
Etiquetas: , ,