Me parece bien

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Había estado evitando este tema, esquivándolo cuando lo veía venir, pero es un periódico zonal, tarde o temprano tenía que llegar: el parque del barrio.

El que hay cerca de mi casa es tranquilo, huele más a popó de perro que a marihuana y hay más popó de perro sin recoger que latas de cerveza abandonadas. Es que ser buen vecino es difícil.

Es insoportable en los días de sol canicular, con unos árboles aún pequeños para dar sombra; e insufrible en las noches heladas, porque el viento enfría manos y narices. Pero tiene ocasiones perfectas para terminar la tarde allí con una amarga en la mano.

Con Cata lo hicimos un par de veces. Nadie pareció escandalizado: claro, era licor, una droga socialmente aceptada. Luego lo prohibieron. Nos quitaron la posibilidad de tomarnos una cerveza viendo a la gente pasear con sus mascotas y a los niños sortear con suerte el pasamanos. Ahora podemos hacerlo de nuevo, lo que me parece bien. Lo digo en serio.

Ya lo oigo venir, viene el reclamo. “¡Alguien que piense en los niños!”. Y lo hago. Prefiero que crezcan en un país que garantiza sus libertades individuales y no uno que resuelve todo con policías.

Quizá sea mejor que sus papás les den lo que ellos consideran buen ejemplo, para que luego no tengan que valerse de su moralina.

A los niños sí hay que protegerlos, claro. Del fanatismo, por ejemplo (del político y del religioso), que confunde permitido con obligatorio. De los que les ponen anteojeras y les hacen creer que el mundo es estrecho y en blanco y negro.

En este mundo tenemos que caber todos y lo difícil es encontrar el cómo. Quizá baje a tomar una cerveza en el parque, quizá no, pero celebro tener la opción de hacerlo.


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