Mandar a callar

mandar-a-callar

Hay una canción de Kevin Johanssen que lo deja claro. “¿Quieres que te diga lo que quieres escuchar, o vas a escuchar lo que te quiero decir?”. Para algunos que detentan el poder, solo la primera opción es válida.

No me gustan las historias oficiales. Dudo de las versiones que suele repetir el establecimiento, sin importar de qué lado sea. Piensa mal y acertarás, dice el refrán popular. No es una fórmula infalible, pero me siguen gustando más las dosis de escepticismo que las de credulidad.

Me resisto a escuchar (o leer) un solo relato de los hechos. Y me resisto, aún más, a quienes pretenden imponerlo a los trancazos, mandando a callar, lo mismo con armas que con leyes.

Un congresista del partido de gobierno decide limitar lo que los docentes dicen en sus clases. Si lo tuyo son las matemáticas, no te salgas de los números, parece ser la indicación, cuando enseñar, ya lo decía Eduardo Galeano, es enseñar a dudar. “Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñes”, recomendó Ortega y Gasset a los profes.

Teme –o temen, porque son varios como el representante a la cámara aquel, seguro– que la gente se salga del redil. Hay docentes que lo abren, hay otros que lo cierran convencidos de que está abierto. Hay quienes nos dan las llaves o nos dicen dónde están escondidas. Hay quienes le ponen candado. Yo tuve de todos esos, más la suerte de contar con un faro en la casa. Dice Ambrose Bierce, en su ingenioso Diccionario del diablo, que la verdad es una “ingeniosa mixtura de lo que es deseable y lo que es aparente”. Así que toca dudar. Dudar como resistencia, hasta de aquello en lo que creemos. Es lo único que nos queda.


Compartir