Mala suerte

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Hay que tener mala suerte. No digo que siempre, pero si no cómo vas a reconocer las veces que el azar jugó a tu favor. 

Claro, hay gente que la padece. Le pasó a una pareja que llegó hasta el Instituto de Genética de la Universidad Nacional, en Bogotá, para zanjar una disputa donde la promesa aquella de todo lo mío es tuyo pierde por completo su sentido: definir la paternidad. El resultado: mellizos de padres distintos. Pasa en uno de cada 13.000 casos.

El 17 de noviembre del año pasado, ocho minutos después de su lanzamiento, el satélite español Ingenio perdió la trayectoria llevándose trece años de investigaciones y 200 millones de euros de inversión. Alguien había conectado mal un par de cables. Supuse entonces, y lo creo aún, que fue un mal sino y no torpeza.

Hay más casos: Melanie Martínez, quien perdió cinco veces su hogar, en Louisiana a causa de cinco huracanes distintos. Ann Hodges, que en noviembre de 1954 sobrevivió al golpe de un meteoro pero no a la fama que le sobrevino después. Costis Mitsotakis, un ateniense vecino de Sodeto (España), que no recibió ni un centavo cuando el 22 de diciembre de 2011 el gordo de la lotería se lo ganó el pueblo entero… menos él.  

Hay quienes buscan la suerte mirando las estrellas. Dicen que el jueves 28 de enero fue el día con más suerte de 2021. Algo que ver con el Sol, Júpiter y alguna constelación que no me interesó saber cuál. Las casas de apuestas no habrán notado nada extraordinario, sospecho.

Millôr Fernandes proponía un ejercicio que incluía el azar: “Todos los días, por la mañana, abro la ventana, miro al mundo con supremo desdén y comienzo a contar: 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2… Un día acertaré”.


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