Magnificar

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Tengo un libro que parece destinado a perderse. Tres veces ha sido mío, dos ha dejado de serlo. El tercero parece estar en proceso de abandonarme. Es un libro de cuentos de Eduardo Sacheri, La vida que pensamos. Los dos primeras veces lo compré yo y el azar confabuló para convertirlo en regalo antes de que pudiera pasar los dedos por sus hojas. 

Volvió a mí como un obsequio y guardé entre sus páginas la pequeña tarjeta con la dedicatoria escrita por la amiga que me lo regaló, que era también el deseo de que el libro se quedara definitivamente conmigo. 

Lo presté, no sé si porque las ganas de que otros lean algo que me gustó son más grandes que el temor por perderlo, o porque simplemente no escarmiento de pérdidas anteriores. 

Pregunté por él cuando ya corría la cuarentena y supe que había quedado a su suerte en la oficina. Me hice a la idea de despedirme de él, otra vez, pero me pareció triste que en esta ocasión fuera un abandono. 

Fui a la biblioteca y noté, con premonitoria sorpresa que, cuando la organizamos en los primeros días del encierro, dejé que otros libros llenaran el espacio que antes ocupaba. Encontré, entre los aforismos de Jules Renard, uno que viene al caso: “A pesar de todo, poco a poco renuncio a un montón de cosas que no puedo tener”.

“Dejá el drama”, me dijo el amigo a quien se lo había prestado, el mismo que dijo no tenerlo. Luego me envió una foto, casi una prueba de vida: ahí estaba, sano y salvo, lo había recuperado.

“Magnificamos lo que nos ocurre, sea bueno o malo, para no aburrirnos”, escribió Ramón Eder. Es cierto, sin duda, como también que el libro sigue lejos de mí.


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