Los hechos

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Hace unos meses El País, de España, publicó una entrevista con Noam Chomsky. La afirmación que utilizaron para titularla es toda una descripción de nuestra época: “La gente ya no cree en los hechos”. Un resumen de la espiral de la historia en donde estamos parados, de nuevo.

En una de las columna pasada me quejaba de los antivacunas. Recibí entonces, con la constancia que ya quisiera para escribir mis ficciones, los correos de alguien que intentaba demostrar la peligrosidad de estas, obviando logros como la erradicación de la viruela o el control de la poliemielitis. 

Me acordé de Arnold Bennett, el escritor inglés quien, durante unas vacaciones en París y advertido sobre lo insalubre que era el agua de la llave, decidió que era más cierto lo que él creía que aquello que le aconsejaban. Bebió del grifo y la fiebre tifoidea lo mató días después. 

Incluso a veces son tan enredadas las teorías conspiranóicas que es difícil seguirles el rastro. A mi hermano, un taxista le aseguró que los rusos taladraron la Tierra hasta llegar al infierno. Y que Jesús vuelve a finales de este año o principios del otro. La historia incluía también al virus, al presidente francés Macron, un ovni y al Vaticano. 

¿A quién le cree uno, pues?, me dijo un amigo en estos días de dudas y debates. A los hechos. Sin embargo, la neurología dice que somos susceptibles a creer aquello que queremos que sea cierto. Sesgo de confirmación, lo llaman. Ese territorio seguro, de ideas preconcebidas y verdades absolutas inmunes a los hechos, que es donde quizás habita el tipo aquel que la semana pasada, en una de esas caravanas uribistas, montado en su carro y enarbolando la bandera tricolor, aseguraba defender la democracia en Colombia “de la narcodictadura que hay”.


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