Hurtar

¿Qué robaría de la casa de un escritor? Me lo pregunto porque asaltaron la casa de Elena Poniatowska. Perdió el portátil y un lector de cd, le revolcaron la ropa interior en busca de un inexistente tesoro en metálico o piedras preciosas… pero dejaron intacta la biblioteca.
“Buscaron, encontramos todo patas arribas, pero no le interesó al ladrón ni un solo libro. Me da hasta tristeza, aquí en México nadie se roba nunca uno”, dijo la escritora. Lo mismo ocurriría en Colombia, me imagino.
Poniatowska es una, entre muchas, de mis deudas literarias, pero eso no le quita que sería todo un placer hurgar en su biblioteca para saber qué hay allí, qué títulos, qué autores, cuáles libros están más ajados que otros, cuáles tenía cerca de su cama, cuáles escondidos en los anaqueles.
Es a Edmondo de Amicis, el autor de Corazón, al que le adjudican la frase, un poco injusta a mi juicio: “Una casa sin libros es una casa sin dignidad”, sobre todo en estos lares donde educación y libros han sido más un privilegio que un derecho. Me gusta más la que dicen que dijo Cicerón: “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”.
Me gustan las bibliotecas de las casas. Las grandes, las apenas en formación, las de bellas ediciones, las de libros ya leídos… He ojeado, mal y de afán, un par de bibliotecas de escritores. Conocí la biblioteca Joanina, en Coimbra, y envidié el triste milagro de sus murciélagos, que protegen sus volúmenes sin saber que lo hacen.
En la noticia eché en falta una pregunta a Poniatowska: cuál de sus libros hubiera lamentado que se llevara el ladrón.