Hacerlo difícil

hacerlo-dificil

Hay gente a la que le gusta ponerle trabas a la vida. Hay quienes tienen el don de encontrar un problema para cada solución. Son los inventores de la cédula ampliada al 150 %. Si eliminan para siempre esa tonta exigencia, son capaces de revivirla.

No sé por qué son así. Tengo una hipótesis: necesitan demostrar, una vez sí y otra también, el poder que ostentan, que suele ser poco aunque ellos piensen que es mucho. Necesitan tener la última palabra, que casi siempre es “no”. 

Son amantes de las formas, pero incapaces de ver el fondo. Muéstrales un cuadro de Excel —con los colores previamente autorizados, por supuesto— y fluirá todo. No verán el contenido, pero apreciarán el orden. 

Porque, eso sí, estas personas tienen una premisa (una fijación, mejor) con eso de autorizar: necesitan hacer cambios innecesarios, proponer giros de 360 grados y asentar con color rojo su visto bueno. Son burócratas del orden y creen, firmemente, en la autoridad que los gobierna. Son más papistas que el Papa. 

Pueden estar parados en las porterías o detrás de ventanillas de atención al público, aunque también es posible encontrarlos en puestos directivos atajando las buenas ideas, pero anotando los más maravillosos autogoles. Claro, ellos ni se enteran. O hacen como si no se enteraran. 

Sé dónde buscar una mejor descripción para ellos, donde encontrar un buen retrato con palabras: en el tantas veces mencionado Diccionario del Diablo, de Ambrose Bierce. La definición de tonto es ideal, pero demasiado larga para transcribirla. La de idiota también sirve: “Miembro de una vasta y poderosa tribu cuya influencia en los asuntos humanos ha sido siempre dominante. (…) Su actividad no se limita a ningún campo en especial de pensamiento o acción, sino que lo llena y lo regula todo”. Son, agrego yo, gente sin dudas.


Compartir