Hacer

hacer

Repasé mi lista de pendientes. Encontré que sigue intacta, pero no tuve más remedio que hacerla aún más larga. 

Algo he hecho, por supuesto. Arreglé —mal y de afán– la persiana de la pieza. Organicé con Cata el espacio que ahora nos sirve como biblioteca y sitio de trabajo. Pusimos y guardamos la navidad. Bailamos una canción sin música. Aprendí —se supone— a usar un machete para darles forma a unos eugenios. Volví a una librería. Estuve casi un día entero sin mirar el celular. Resolví un sudoku que había abandonado hace años y que no recordaba haberlo dejado iniciado. Le enseñé a Daniel lo básico para jugar ajedrez, que es todo lo que sé sobre el ajedrez. Como escribió Lichtenberg, algunos días le permití al Sol levantarse antes que yo.

Y aún así, tanto por hacer: organizar ese cajón donde guardo de todo, pero ya no encuentro nada. Deshacerme de eso que no sé para qué estoy guardando. Recuperar la libreta de dibujar tonterías. Encontrarme con gente que quiero a la que, ni siquiera, le he dicho que nos veamos. Releer una tanda de textos que dejé empezados a ver si hay algo allí que valga la pena. Resolver otros sudokus. 

Leer las obras completas de Simone de Beauvoir que extraje de la biblioteca de la casa materna y que no se han movido del mismo lugar que les asigné en mis estantes. Ver las películas que rescaté de un cajón olvidado. Cambiar las pilas de dos relojes inútiles desde hace meses. 

Supongo que se trata de tener otros planes, de crear pequeñas salidas a la rutina de todos los días, trampas que se le dejan aquí y allá a lo que se considera importante. Rutas de escape para huir de las obligaciones. Hay que saber perder el tiempo, me digo.


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