Extrañar

extranar

Vivo en un piso 14. Hace años que no escucho el repiquetear de las gotas de lluvia sobre las tejas de barro.
En Martín (Hache), la película de Adolfo Aristaraín, es tal vez Martín, el padre, quien dice que extraña de Buenos Aires la gente que silba en las calles. Y es tal vez Martín, el hijo, quien se devuelve de España a Argentina porque, entre otras cosas, le hacen falta los tejados de las casas. O al vesre, como escribió Cortázar.
Hay que crecer para sentir nostalgia, para llorar con canciones o películas, no hay otro modo. Es el paso del tiempo el que permite que se extrañe. Lo pensé en estos días que volví a oír el golpeteo de las gotas en el techo.
Se extraña lo simple, lo vano, lo mundano, lo que apenas sabíamos que estaba ahí. Echará en falta el exiliado, tal vez, el color de las tardes o los amaneceres, el verde particular de cada paisaje que estaba acostumbrado a ver, el aire seco de su tierra. Se extraña lo absurdo: el ruido de los buses, el latir de un perro, el olor del champú que alguna vez usaste, el gusto de una comida de la infancia.
Se extraña lo sutil, lo apenas perceptible. El viento que mecía al árbol talado de la esquina, el reflejo de la luz en una ventana, la sombra del que ha muerto, la intuición de su presencia, el abrazo del hermano que no está, la voz del padre que se ha ido.


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