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Dicen que un día cualquiera de 1974, Angelo Fregolent estacionó su Lancia Fulvia modelo 62 en la vía Filippo Zamboni de su pueblo Conegliano, en el norte de Italia, y no lo movió más durante 47 años. O pudo ser también su esposa, Bertila Modolo, vaya uno a saber.

Si uno viaja por Google Maps lo encuentra ahí mismo en abril de 2011, en junio de 2016, en septiembre de 2017, en julio de 2018, en junio de 2019, en agosto de 2020, en julio de 2021… A veces se puede ver abierto su puesto de revistas —el de Angelo y Bertilia—, Il Gazzetino, que ya no funciona más.

Hay otros carros a su lado en cada foto, pero el Lancia Fluvia es inmutable. O casi. En la primera imagen mira hacia el oriente, en las demás, apunta su trompa hacia el occidente, siempre con dos de sus llantas sobre la acera.

La historia del Lancia Fluvia, con esa pintura azul corroída, quemada por sus jornadas al sol y al agua, es la historia del mundo que fue, donde inmediatez era apenas la pesadilla de alguien que soñara con lo que sería el futuro, nuestro presente.

Hace un par de semanas se lo llevaron: a Padua, primero, para una exhibición de autos clásicos; luego será ubicado en otra parte, tal vez en algo llamado el instituto enológico. No volverá a su sitio, no lo permite la normatividad. No lo verán más los transeúntes de la vía Filippo Zamboni, aunque quizá para muchos de ellos no era más que un viejísimo carro estacionado, no el testigo mudo de que aquel mundo sin afanes alguna vez existió.


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