Empanicar

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Leo en un titular que la policía repartirá 200 botones de pánico entre comerciantes de El Poblado y Laureles. No sigo con la lectura, no me interesa el artículo. Y sin embargo… Que no es el caso, lo sé, pero me quedo dándole vueltas a aquello del pánico, o mejor, a la vieja e incombustible idea del miedo para mover pasiones.

La reciente Gran Encuesta de la firma Yanhaas —que publicaron RCN, La FM, La República, El Colombiano y otros medios más y que indagaba sobre preferencias políticas— incluía una pregunta que, por no ofender a nadie, calificaré como ruin: “¿Le ha afectado a usted o a su familia la presencia masiva de venezolanos?”, quisieron saber los encuestadores. Se me ocurren un par de adjetivos para aquellos a los que les pareció importante y necesario tener esa pregunta en el cuestionario.

Pero lo que decía, la antigua práctica de señalar a quién hay que temerle: al diferente, al que es de otro color, al que piensa distinto, al que habla con otro acento, al que no es como yo ni se me parece, al que no es del barrio, al pobre…

Y el caso es que vuelven —siempre lo hacen— los que traen noticias del miedo, los que advierten sobre el futuro olvidando el pasado. ¡Cuidado con el 2022!, dijo uno de esos.

Hay quien no se siente tranquilo si no tiene a quien temer, hay quien necesita tener a mano un botón de pánico y hay, también, gente dispuesta a regalar el miedo para poder vender la seguridad.


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