Emocionar

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Fui a fútbol. No iba al Atanasio desde la noche en que David Montoya le acomodó un balón en la base del palo izquierdo al Pato Abbondanzieri, el arquero del Boca. Era el 2003. Volví el pasado domingo para cumplir un pacto fraternal. 

En noviembre de 2019, tras ocho años en la B, el Deportivo Pereira ascendió a la Liga. “Cuando jueguen contra el Medellín, vamos al estadio”, le dije a Manolo. No era un asunto deportivo, no para nosotros. Quien haya leído uno de esos cuentos futbolísticos de Sacheri —«El cuadro de Raulito» o «La promesa»—, entenderá mejor lo que diré: era un asunto del sentimiento.

Se nos atravesó la cuarentena, el tiempo del covid, el mundo entró en pausa… 

Volvimos a hacer cuentas con el DIM finalista. “Si es contra el Pereira, vamos”, me recordó mi hermano, como si hiciera falta. Me vestí de rojo y saqué, por si las moscas, la camiseta del Pereira que el papá nunca usó y que yo guardo desde 2018. Se la puso mi vieja. 

Nos emocionamos. Manolo intentó seguir los cánticos. La mamá celebró en medio de una tribuna roja el gol del empate. No fuimos a ver un partido, fuimos a buscar un recuerdo. O a crearlo, no sé.

Perdió el Medellín. No me molesta que haya ganado el Pereira. 


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